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24 de diciembre de 2024

En la cumbre de Ayacucho. (Por el Prof. José Núñez)

       El viento azotaba el rostro del futuro Mariscal, llevándose consigo el aliento de las alturas andinas. Desde la cima de Ayacucho, observaba el inmenso y accidentado campo de batalla, un tablero de ajedrez donde se jugaba el destino de un continente. La responsabilidad pesaba sobre sus hombros, como una losa de granito. Era el año 1824, y la suerte de América del Sur pendía de un hilo muy delgado.

     Antonio José de Sucre, con la mirada fija en la fría y húmeda serranía, repasaba mentalmente su estrategia. Sabía que la victoria no estaba asegurada, que el ejército realista, curtido en mil batallas, lucharía con ferocidad. Pero también sabía que llevaba consigo la confianza del Libertador, que lo impulsaba en una batalla que se desataba con una furia inusitada. El estruendo de los cañones retumbaba en los Andes, mientras las balas surcaban el aire, segando vidas de bando y bando. Sucre, al frente de sus tropas, inspiraba valor y coraje, bajo los buenos augurios de un majestuoso cóndor que sobrevolaba el campo de batalla, animando a las tropas patriotas con sus roncos aullidos. Sucre, cabalgaba de un lado a otro, animando a sus soldados, asegurándose de que cada movimiento fuera preciso y letal.

     La lucha fue encarnizada, los realistas resistieron con bravura, pero la disciplina y determinación de los patriotas prevalecieron.

     Sucre, victorioso pero con el rostro marcado por la fatiga y la emoción, contempló el campo de batalla. La libertad había triunfado. En ese instante, comprendió que había cumplido con su misión, la tarea encomendada por el Libertador. La batalla de Ayacucho, no solo había sellado la independencia del Perú, sino que había abierto las puertas a un nuevo amanecer para toda América. Desde entonces, el nombre de Antonio José de Sucre quedó grabado en la historia como el Gran Mariscal de Ayacucho, el hombre que, en la cumbre de los Andes, forjó el destino de un continente.

Video presentado por los estudiantes Jonatan Espina y Yarislet Correa de 5to año sección A, del C.E.E . Monseñor Rafael Pérez León, con motivo del Bicentenario de la Batalla de Ayacucho.

Un eco en el corazón de los tuyeros. (Por el Prof. José Núñez)

     En Ocumare, en el corazón del Tuy, donde el tiempo parece transcurrir más despacio que en otros lugares, está ubicado el Liceo Juan Antonio Pérez Bonalde. Sus aulas, testigos mudos de sueños y anhelos adolescentes, vieron pasar generaciones de estudiantes que, con el paso de los años, se convirtieron en los lideres de la comunidad.

     Pero en aquella época, en los años sesenta, el liceo representaba mucho más que un simple centro educativo. Era un faro de cultura, un espacio donde se recibían las mentes más brillantes de Venezuela. Semanalmente, sus pasillos se engalanaban con las ideas de intelectuales como Arturo Uslar Pietri, Rómulo Gallegos, José Ramón Medina y Luis Pastori, quienes compartían sus conocimientos con los jóvenes estudiantes.

     Una tarde, mientras el sol se filtraba por las ventanas, traspasando el follaje de los arboles de la plaza Ribas, un acontecimiento histórico tuvo lugar en el liceo. Don Pablo Neruda, el poeta chileno cuya conexión con la naturaleza y la sociedad conmovía a todo un continente, visitó este rinconcito del Tuy. Sus versos, cargados de pasión y esperanza, resonaron en las paredes de la institución, y su eco creó un momento mágico. Neruda con su mirada penetrante, había encontrado en Venezuela una inspiración profunda, una tierra que luchaba por su identidad y su libertad.

     Los estudiantes, conmovidos por la presencia del gran poeta, se sentían parte de algo más grande que ellos mimos. En aquellos años, el liceo era un hervidero de ideas y debates. Jóvenes comprometidos con la causa democrática y otros entusiasmados con la revolución cubana, convivían en armonía, demostrando que la diversidad de pensamiento podía coexistir con el respeto mutuo.

     Hoy, algunas décadas después, algunos de aquellos estudiantes recuerdan con nostalgia esos años. El liceo había sido su hogar, su refugio, el lugar donde habían forjado amistades que se mantendrían en el tiempo. Y aunque el mundo ha cambiado mucho desde entonces, el espíritu de aquel liceo sigue vivo en el corazón de quienes han tenido la suerte de estudiar allí.

     El liceo Juan Antonio Pérez Bonalde, la primera casa de estudios del Tuy, ha sido mucho más que un simple edificio. Representa un crisol de ideas, un semillero de talentos y un lugar donde la poesía encontró un eco profundo en el alma de los tuyeros. Y así, seguro estoy, su legado perdurará por siempre, como un faro que ilumina el camino de las nuevas generaciones.

En la gráfica: la Profesora Agustina Martineau de Hernández, Subdirectora del Liceo Pérez Bonalde, el Poeta Pablo Neruda, el Profesor Mendoza, Director del Liceo y el Estudiante Ángel Rafael Orihuela (quien en el futuro sería Ministro de Sanidad y Asistencia Social y Profesor de la UCV).

23 de diciembre de 2024

Mis recuerdos de Ocumare (Por el Prof. José Núñez))

     Ocumare era como un museo viviente para mí. Cada rincón, cada sonido, cada aroma, eran pinturas que se grababan en mi memoria. Las tardes, especialmente, eran mágicas. El sol empezaba a despedirse, tiñendo el cielo de colores cálidos,  mientras el olor a cuero curtido y madera recién cortada, se mezclaba con el perfume de las flores silvestres.

     Mi abuela me tomaba de la mano y salíamos a recorrer el pueblo. Los artesanos, con su manos curtidas por el trabajo, creaban verdaderas obras de arte. Veía como las alpargatas cobraban vida bajo las hábiles manos del talabartero, y los sombreros de cogollo se transformaban en elegantes accesorios. El aroma del barro cocido me llevaba hasta los alfareros, donde las tinajas y pimpinas tomaban forma en sus manos.

     Pero lo que más me gustaba era el río Ocumarito. Su aguas cristalinas nos invitaban a bañarnos, mientras las abuelas aprovechaban para lavar la ropa. Mi abuelo, con su paciencia infinita, me enseñaba a lanzar el anzuelo. Y cuando por fin sentíamos el tirón de un pez, la emoción era indescriptible. Después, con leña recolectada en los alrededores, preparábamos un delicioso sancocho de corroncho. El sabor ahumado de la sopa se mezclaba con las hierbas aromáticas, creando un plato que era una verdadera fiesta para el paladar.

     Al caer la noche, nos reuníamos alrededor de una fogata. Mi abuela nos contaba las historias de Mauricio, el encanto y de fantasmas y duendes que habitaban por las montañas de La Guamita. El manto de la noche nos envolvía con una sensación de ternura y bienestar.

     Aquellos días en Ocumare fueron los más felices de mi infancia. Los paseos por el pueblo, el olor a tierra mojada, el sabor del sancocho, pero sobre todo, la calidez de las personas que allí vivían, quedaron grabados en mi corazón. Cada vez que cierro los ojos, puedo volver a sentir la emoción de aquellos años.

     

21 de octubre de 2024

La Sabana de Ocumare durante la época colonial según el Obispo Mariano Martí y otros historiadores


   
Obispo Mariano Martí 
(1720 - 1792)
     Día 7 de junio de 1783, salimos desde Caracas hacia el pueblo de la Sabana de Ocumare. El camino generalmente no es malo, pero hoy si lo es, debido a las lluvias. Cerca del camino hay muchas haciendas de cacao. El terreno tiene algunos cerros pequeños. Antes de llegar a este pueblo de la Sabana de Ocumare, a distancia de casi un cuarto de legua, pasamos el río del Tuy, y antes y después de pasar el río, pasamos algunas acequias para el riego de las haciendas. La hierba que producen estas tierras es de muy buena calidad, que llaman gamelote.

    La iglesia de la Sabana de Ocumare está bajo la invocación de San Diego de Alcalá. Es de una sola nave, cubierta toda de obra limpia, sus paredes son de tapias y rafas. Tiene Baptisterio bien decente al entrar a la Iglesia, a la banda de la Epístola, Coro alto y cementerio a la misma banda de la Epístola, a distancia de pocas varas de la pared de la misma Iglesia.

    La gente de aquí es de un genio tal que si los convidan para un baile, todos acuden a él, y si los convidan para un ejercicio piadoso en la Iglesia, acuden todos igualmente; no hay vicio particular o predominante en esta región, hay frecuencia de Sacramentos y devoción, pero también uno que otro domingo se forman grandes bailes en las localidades cercanas, pero, sin embargo su gente es de buena índole, y no de genio caviloso y malicioso.

    Existen 53 hacendados, todos de cacao, menos uno que tiene un trapiche. Estas haciendas se han regulado poco, sin poderse dar razón precisa, porque en unos años de una hacienda se hacen dos, y en otros años de dos haciendas se hace una. Estos hacendados, a proporción del número de los esclavos, pagan a prorrateo o por repartimiento 200 pesos al cura y 50 pesos a la Iglesia para la oblata de pan, vino y cera anualmente, y dichos hacendados amos de esclavos nada pagan a la Iglesia ni al Cura de derechos parroquiales, pero si pagan para sí mismos, para sus hijos y demás de su familia, por sus derechos parroquiales, y también pagan las primicias. Los demás vecinos libres y que no son esclavos no pagan estipendio ni oblata, pero pagan primicias y obvenciones y los vecinos, aunque tengan esclavos, si no tienen hacienda, no pagan estipendio ni oblata y solo pagan primicias y obvenciones. Es de advertir que los que tienen esclavos y no tienen hacienda pagan las obvenciones o derechos parroquiales no sólo para sí, sino también para sus esclavos. Los que pagan obvenciones se entiende que pagan también los rasgos de sepulturas según el tramo en que se entierren.

    No hay pulpería ni guarapería por arrendamiento, solamente don Esteban León tiene aquí y en toda la provincia el privilegio de vender aguardiente de caña, que lo hace en su propia hacienda, y es el único hacendado de caña dulce o trapiche en esta provincia, y esto se lo permite el Intendente sin reparar en el perjuicio que causa a la Real Hacienda en la venta de los aguardientes que se traen de España y de las Islas, que pagan sus derechos al Rey.

    Las tierras de esta provincia son muy fructíferas, tanto por su calidad como por las muchas lluvias, y riego de las acequias, que salen del río Tuy. Se producen cacao, caña dulce, fríjoles y algunas otras legumbres, maíz, arroz, plátanos… aquí prospera cuanto se siembra o planta. Ahora empiezan a trabajarse algunas haciendas de añil, que se da de una calidad superior. El sitio donde se encuentra este pueblo no es muy llano, pues no deja de haber algunas hoyadas pequeñas y algunos cerros de poca altura. Por la banda del Sur, a distancia de media cuadra de las casas, corre una quebrada de agua de buena calidad regularmente todo el año, al menos que agarren el agua para regar la hacienda de trapiche de don Esteban de León, si es así los vecinos tienen que ir a buscar el agua a una acequia del río, la cual corre a mayor distancia del pueblo que la referida quebrada. La plaza de este pueblo está bien formada y la Iglesia le viene atravesada y hace frente a la plaza el costado o banda del Evangelio, y delante de la puerta mayor hay bastante espacio. Las calles están mal formadas por lo desarreglado de las casas, que no están puestas en líneas, muchas de ellas por el poco cuidado que se ha tenido al empezarlas a edificar. Si dichas calles y casas estuvieran bien arregladas, formarían un buen pueblo, pues acá hay 156 casas. El clima es cálido y sano, a pesar de ser húmedo.

    El pueblo de la Sabana de Ocumare cuenta con 2141 moradores. De estos hay de esclavos 1059, y los restantes son libres, blancos, negros, mulatos y zambos. El Teniente de Justicia mayor es don Juan Joseph Marcano, casado en Canarias con doña Margarita Sucre, hija del capitán don Antonio Sucre, y hermana de doña Teresa Sucre, viuda de don Matheo Gual.


La Sabana de Ocumare desde el punto de vista de otros historiadores


José de Oviedo y Baños (1671 - 1738)







    José de Oviedo y Baños en "Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela" nos describe que los aires de la Sabana de Ocumare son muy frescos y saludables, el terreno  despejado y el cielo muy alegre con una bella cordillera que es atravesada por el río Tuy (el río más rico que tiene esta provincia), que con la abundancia de sus aguas va fecundando las grandes vegas que tiene este territorio de uno y otro lado y regando también el gran número de arboles de cacao de su fértil terreno. Además Oviedo y Baños nos relata que el cacao que se produce y consume en esta región es tanto y tan bueno que sus pobladores lo preparan de variadas maneras.













    Joseph Luis Cisneros en "Descripción exacta de la provincia de Benezuela" refiere que en la Sabana de Ocumare, durante todo el año, se producen infinitas raíces como: ñame, mapuey, ocumo, batata, patata, apio, además gran variedad de frutas como: plátanos, dominicos, cambures, aguacates, piñas, chirimoyas, guayabas, papayas, mamey, nísperos, membrillos, higos, coco, hicacos, sapote, anón y otras muchas; que aunque son cultivos agrestes los mismos son de gran utilidad para las familias que los cultivan. Se da el café de excelente calidad y también hay en este valle grandes haciendas de cacao en cuyo ámbito no se encuentra otra planta sino vastas plantaciones de este árbol.







Joseph Solano y Bote (1726 -1806)
    El 8 de octubre del año 1768, el investigador e historiador Gonzalo Bello, siguiendo lineamientos de Don Joseph Solano y Bote, Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela, en sus trabajos de investigación, describe que el  valle de la sabana de Ocumare estaba todo dedicado a la agricultura del cacao, era tan abundante y de buena calidad el cacao de esta zona, que no se producía nada más, ni ganado mayor ni menor, ni bestias mulares, ni se había procurado descubrir otros minerales, ni vegetales, mas que dicho fruto,  que en la región se dedicaban solamente sus habitantes al cuidado y comercio del mismo. El comercio principal de todo el Valle residía en Ocumare, el cual se reducía a la compra y venta de cacao.