El viento azotaba el rostro del futuro Mariscal, llevándose consigo el aliento de las alturas andinas. Desde la cima de Ayacucho, observaba el inmenso y accidentado campo de batalla, un tablero de ajedrez donde se jugaba el destino de un continente. La responsabilidad pesaba sobre sus hombros, como una losa de granito. Era el año 1824, y la suerte de América del Sur pendía de un hilo muy delgado.
Antonio José de Sucre, con la mirada fija
en la fría y húmeda serranía, repasaba mentalmente su estrategia. Sabía que la
victoria no estaba asegurada, que el ejército realista, curtido en mil
batallas, lucharía con ferocidad. Pero también sabía que llevaba consigo la
confianza del Libertador, que lo impulsaba en una batalla que se desataba con
una furia inusitada. El estruendo de los cañones retumbaba en los Andes,
mientras las balas surcaban el aire, segando vidas de bando y bando. Sucre, al
frente de sus tropas, inspiraba valor y coraje, bajo los buenos augurios de un
majestuoso cóndor que sobrevolaba el campo de batalla, animando a las tropas
patriotas con sus roncos aullidos. Sucre, cabalgaba de un lado a otro, animando
a sus soldados, asegurándose de que cada movimiento fuera preciso y letal.
La lucha fue encarnizada, los realistas
resistieron con bravura, pero la disciplina y determinación de los patriotas
prevalecieron.
Sucre, victorioso pero con el rostro marcado por la fatiga y la emoción, contempló el campo de batalla. La libertad había triunfado. En ese instante, comprendió que había cumplido con su misión, la tarea encomendada por el Libertador. La batalla de Ayacucho, no solo había sellado la independencia del Perú, sino que había abierto las puertas a un nuevo amanecer para toda América. Desde entonces, el nombre de Antonio José de Sucre quedó grabado en la historia como el Gran Mariscal de Ayacucho, el hombre que, en la cumbre de los Andes, forjó el destino de un continente.
Video presentado por los estudiantes Jonatan Espina y Yarislet Correa de 5to año sección A, del C.E.E . Monseñor Rafael Pérez León, con motivo del Bicentenario de la Batalla de Ayacucho.