(Por: Manuel Monasterios)
Había en Ocumare del Tuy, un famoso prostíbulo que todos conocían por el nombre de su dueña: “María”, una mujer que por sus finos modales y manera de hablar parecía más una directora de colegio de monjas que regente del lugar "más selecto" de la región. Allí se daban cita la flor y nata, los hijos de los hacendados, de los comerciantes, los empleados con cierto poder económico, no todos tenían para pagar 3,00 Bs. por un tercio, Polar o Caracas, 4.00 Bs. por una Cuba Libre o 6,00 Bs. por un escocés. Lo más barato era una maraquita, el coctel de moda en aquellos años, de anís con soda y limón. Los precios obligaban a una clientela de gente distinguida y con cierto poder económico.
Era un sitio apartado del pueblo, una casa dispuesta para esos menesteres, el local era pequeño, con varias mesas, una larga barra, una pista de baile muy intima, había en un rincón, un pequeño estrado, donde de vez en cuando, se presentaba un conjunto musical, y en la esquina, junto a la ventana, estaba la reina del lugar la rockola, donde no faltaban los discos de 45 r.p.m. de la Sonora Matancera, Daniel Santos, Bienvenido Granda, María Luisa Landín o Toña La Negra.
Los viernes se reunían donde María, los estudiantes. Era el antro de las pasiones juveniles, de las primeras experiencias, la escuela del machismo vernáculo, la cátedra libre de sexología; la novia era sagrada, y tenía que ir al matrimonio virgen, para lo otro, estaban las muchachas de María, algunas conocidas por sus nombres de combate, como La Tongolele, La Perica, La Brasilera, Toña la Colombiana, La Merecumbé, ellas cobraban un porcentaje por trago consumido en la mesa y cuya cuenta se llevaba con fichas que luego de la faena se cambiaban por dinero, su objetivo era motivar el consumo, bailar o complacer a los clientes en las piezas interiores, quienes tenían que cancelar 5.00 Bs. por derecho de pieza y 20,00 Bs. por los “honorarios profesionales” de las chicas. En otros sitios, la tarifa era más barata, pero sin la calidad y la limpieza del bar de María.
Una noche del año 1962, Daniel Santos, quien estaba de gira por Venezuela, se enteró, gracias a su compadre Julio Jaramillo, quien vivía en esa época en Ocumare del Tuy, que una hermosa muchacha, llamada Esther, que había conocido en Barranquilla estaba en esta población, específicamente, laborando en las noches no tan santas de la casa de María. Fue así como El Jefe, el Inquieto Anacobero, vino a dar a este burdel tuyero. Pasó dos días sin salir de la pieza, encerrado con su hermosa costeña, bebiendo, "culeado" y aspirando polvo blanco. El sábado en la noche, para complacer a Doña María y a Esther, la Barranquillera, Daniel decidió presentarse y cantar para una clientela muy exclusiva, invitados especiales que estuviesen dispuestos a pagar un servicio de ron en 100 Bs. y uno de Whisky en 350 Bs. El local se llenó y las puertas se cerraron para el público, solo un grupo de privilegiados tuvo la suerte de ver, en casi un acto de magia, salir de la rockola al “Duro del canto popular” a Daniel Santos, en persona, para subir a aquel escenario sin fama, ni cartel, rodeado de sus admiradores y "damas" emocionadas, todos asombrados, no podían creer lo que estaba ocurriendo. Tener al frente cantando al gran Daniel Santos y sentado como espectador al Ruiseñor de América, al rey de la rockola Julio Jaramillo.
De pronto apareció en la pequeña tarima, acompañado de un grupo musical que acompañaba en sus presentaciones a su compadre Julio Jaramillo, envuelto en los vapores del alcohol, "enmarihuanado" hasta los trinquetes, lleno de canas, con grandes patillas y bigotes, vestido con una guayabera blanca, pantalón negro y zapatos de dos tonos, (de aquellos de tacón cubano que habían desaparecido con el mambo y Dámaso Pérez Prado), y se presentó, sin necesidad de micrófono, su potente vozarrón no necesitaba de sonido especial, además el local era pequeño. Dejó oír su voz, con ese estilo único, inconfundible, arrabalero. Arrancó con ese clásico de burdel, “Virgen de Media Noche”, cuya letra movió las fibras más profundas de las “señoras del pecado” que se encontraban en el sencillo escenario pueblerino, quienes lloraban desconsoladas al oír aquel rezo de amor que solo podía pronunciar Daniel, con semejante devoción. Siguió su improvisado concierto con “Dos Gardenias”, “Perdón”, "Esperanza Inútil”... Al rato, se unió Julio Jaramillo, y cantaron a dúo hermosos boleros y pasajes. Pero las muchachas le pedían que repitiera el Himno de las pecadoras “Virgen de Media Noche. “Para adorarte toda. Incienso de besos te doy, escucha mi rezo de amor. Virgen de media noche cubre tu desnudez... Así, sin darse cuenta llegó el día. Todos los presentes disfrutaron del mito de la canción tropical hecho carne y el verbo hecho lujuria, el rey de corazones de la baraja, vestido con una guayabera blanca, el héroe de todas las batallas y reyertas de todos los bares del Caribe, de todos los afanes alcohólicos, del despecho rockolero, de la bohemia, del guayabo y la traición.