CAPÍTULO VMARIAM Y FLORENCIO
Aquella mañana la neblina estaba bajita en el páramo de Los Confines, Andrés se levantó temprano y contemplaba la hermosura del amanecer, era todo un espectáculo presenciar toda esa belleza acumulada en un solo lugar. Inexplicablemente Alfredo había regresado a Caracas, el mismo día que conversó con Andrés, a este, eso lo tenía muy intranquilo y pensativo: ¿qué estará pensando hacer Alfredo?, ¿por qué ese viaje tan repentino a la capital?, ummm… algo se traía entre manos.
Andrés no olvidaba que tenía un encuentro con el viejo taparo del patio de su casa y, aprovechando que todos dormían se decidió a salir de dudas y buscar algo que no sabía aún que era, pero que definitivamente le aclararía mucho aquella situación. Efectivamente, muy al fondo del corral estaba el viejo taparo, donde de pequeño Andrés acostumbraba, junto con sus amigos a jugar metras y tramar no sé cuántas travesuras. Era un taparo muy viejo, ya casi no tenía hojas y sus taparas amarillentas, anunciaban que el final de su vida estaba muy cercano; pero aún así, tenía algunas cosas que revelar y Andrés estaba ansioso por conocer los secretos de aquel viejo arbusto. Los pensamientos de Andrés y su mirada no se apartaban del taparo, que parecía atraerlo hacia él con una gran fuerza magnética y, Andrés creía escuchar susurros provenientes del árbol que le decían —ven Andrés, ven, yo tengo las respuestas que andas buscando. Con pasos firmes y decididos Andrés se fue aproximando hasta él, logrando percibir, en su raído y blanquecino tallo, cuánto tiempo había pasado desde la última vez que estuvieron tan cerca, y como este lo protegía, cuando se escondía de los castigos de sus padres. Andrés dio varias vueltas a su alrededor, buscando algún detalle que le dijera algo, cuando de repente, ¡allí estaba!, un disimulado hueco en su tallo, muy cerca de una horqueta, se abrió repentinamente, saliendo del interior del árbol algo que llamó la atención de Andrés. Asustado Andrés vio como el viejo arbusto escupía al suelo un envoltorio plástico y como por arte de magia volvía a cerrar su herida. El viejo taparo, se convertía así en un instrumento utilizado por las animas de los tatarabuelos de Andrés para informarle a este donde exactamente se encontraba el entierro de morocotas, porque estaba claramente definido que dicho entierro debía ser encontrado por él.
Estaba envuelto en un plástico trasparente, un viejo plano de una sola hoja. Una sola hoja que era la causa de la muerte de sus padres. Con cuidado, Andrés sacó aquel papel del sobre plástico que lo cubría, y vio con sorpresa una señal que marcaba el sitio exacto de una cripta donde se encontraba un gran tesoro que hacía que la gente cambiara de carácter solo por la avaricia y codicia por poseerlo, ya sus padres habían sido las primeras víctimas y seguro estaba Andrés de que este descubrimiento cambiaría muchas vidas en todo el páramo de Los Confines.
Andrés no podía confiar a nadie lo que había descubierto. Este pedazo de papel le quemaba en las manos, como un tizón prendido, pero estaba consciente de que solo no tendría éxito si pretendía encontrar el tesoro de sus tatarabuelos. Esta misma tarde, si Dios quiere, hablaré con Florencio, pensó Andrés, y regresó más tranquilo al rancho.
El mastro Florencio era un hombre de edad avanzada pero que aún conservaba algo de la fuerza y vitalidad que lo caracterizaban de su juventud. Muy amigo de Andrés y de sus padres, Andrés lo consideraba como uno más de la familia, le tenía un cariño especial; cariño que se reforzó aún más después de la trágica muerte de sus padres. Aquella visita sorprendió a Florencio y a su hija, quienes se preparaban para cenar y escucharon tocar a la puerta. Toc, toc, toc… — ¿Quién es?, preguntó Florencio. — Gente de paz, contestó Andrés. —Entra muchacho, esta es tu casa, “ahoritica” mismo nos preparábamos a comer, pero ven entra y así nos acompañas y compartes la cena con nosotros. Cuando Andrés entró no podía creer lo que presenciaban sus ojos. Al lado de Florencio, sentada cerca del fogón estaba Mariam, ¡qué bonita se había puesto esa muchacha! Andrés se quedó mirándola alelado… Todo lo que se quiere y se ama, siempre se encuentra bello… el que no entiende una mirada menos entiende una explicación.
Mariam era una linda criatura de piel trigueña, delgada, con un negro y hermoso cabello, largo hasta la cintura, ojitos de gacela y un cuerpo equilibrado entre lo firme y lo bien conformado, inquieta y atrevida como las tortolitas y las cotaras que adornan las mañanas lluviosas del caserío. — ¡Épale mijito! despabílate, que parece que has visto un espanto, dijo Mariam al ver a Andrés. —Disculpen la hora y el momento, dijo Andrés, pero mastro Florencio, tengo algo muy urgente que necesito mostrarle. — ¿Será que podemos hablar un momento en el corredor? — Sí, vayan los dos, contestó Mariam. —Mientras tanto yo termino de servir la cena y los llamo dentro de un rato. —Yo también necesito hablar contigo Andrés, hace mucho que no nos veíamos, me tienes abandonada, y no quiero desaprovechar esta oportunidad.
Florencio no parecía sorprendido cuando Andrés le enseño aquel viejo papel. —Para serte sincero mijo, dijo Florencio. —Yo ya me imaginaba que en el camino hacia Quiripital había un gran “entierro de morocotas” porque eso se ve “alumbraíto” para ese lado, con una luz que se eleva como dos metros del suelo y luego vuelve a bajá. —Ese papel solo me comprueba que yo tenía razón y desde “ahoritica” mismo me pongo a tu disposición para buscar ese “entierro”. Pero recuerda Andrés, hay entierros buenos y entierros malos, los buenos los consiguen y sacan rapidito, pero si es un entierro malo, ¡qué Dios nos agarre confesados! ¡y te advierto!, ni una sola palabra de esto con nadie, ni siquiera Mariam se puede enterar de la aventura que estamos a punto de comenzar, porque ese “entierro” lo desenterramos nosotros o dejo de llamarme Florencio, pero no olvides Andrés: —el alma del dueño de este entierro, tratará de indicarte donde exactamente está su gran tesoro y debes estar pendiente, sobre todo los días martes, después de las once de la noche, que es la hora y el día cuando se manifiesta la ubicación de los "entierros" con una brillante luz amarilla.
El sol terminó rindiéndose, seducido por la noche, mientras Mariam y Andrés, sentados cerca del riachuelo hablaban, agarrados de las manos, recordando gratos momentos de la infancia. La luna llena del páramo, la traviesa luna, luna cazadora de los más íntimos momentos de amor, hacía lucir más hermosos, los negros ojos de Mariam. Mariam y Andrés, sus nombres encerrados en un corazón en el tallo de un bucare era el recuerdo que venía a la mente de Andrés en aquel momento. Mariam por su parte no disimulaba lo bien que le hacía la presencia de Andrés junto a ella aquella noche y pedía a Dios que prolongara aquel idílico instante. No cabe duda de que habían nacido el uno para el otro y que ambos estaban profundamente enamorados. Pero Andrés no podía pensar, por ahora, en el amor, tenía muchas cosas que resolver primero, muchas dudas que disipar. Aún tenía una visita pendiente al Alcalde y muchas preguntas, que se quedaron en el aire por hacerle a Alfredo. Mientras tanto, Andrés y Florencio planeaban visitar aquella extraña cripta en el viejo cementerio de Quiripital, donde con seguridad les esperaban muchas emociones y aventuras, pero de esos planes no podía comentar nada. Esa noche Andrés tendría el sueño más hermoso de su vida y era la cercanía a Mariam el motivo de su alegría…
CAPÍTULO VILOS CONFINES
Al principio todas estas tierras estaban habitadas por la tribu Quiriquire, pero tiempo después de la dominación total de los Quiriquires por las fuerzas españolas, empezaron las andanzas hacia estas montañosas praderas de mucha gente en procura de tierras fértiles y productoras. Y así, se fueron fundando haciendas de café en jurisdicciones como el páramo de Los Confines, Belén y San Vicente. Durante la colonia, para el año 1574 aproximadamente, comenzaron estas andanzas de gente humilde hacia estos lugares buscando buenas tierras, otros llegaban huyendo de revoluciones, alzamientos, epidemias y plagas que azotaban el país, pero, todos en búsqueda de nuevos horizontes y de un futuro mejor. Así se fueron fundando haciendas de café en este sitio que por su lejanía con otros caseríos poblados fue llamado Los Confines, jurisdicción vecina de Quiripital, Guayamural, Belén y San Vicente.
El campesino de manos duras y callosas, bajo el golpear sordo del hacha y el machete, fue perfeccionando el campo, compartiendo su sudor con la tierra, para la construcción del rancho, y también la labranza del campo y la siembra de la semilla, para el pan de su familia. Siempre muy cerca de los caminos, o del punto más apto para el trabajo agrícola, con abundante agua y tierra fértil.
Aquí se encontraban reunidas todas esas condiciones, las cuales motivaron a su gente para la fundación del caserío. A la vera del camino, se asentaba un habitante, después llegaba otro, y otro, hasta formar un grupo de ranchos, y así se fundó el vecindario, en aquellos tiempos de la colonia, cuando las vías de comunicación eran trochas, y el medio de transporte era el arreo de recuas de burros y mulas. Todos los dueños de esos fundos cafetaleros, transitaban por este camino desde Ocumare pasando por Quiripital y llegando hasta estos apartados campos.
Una brisa que acaricia, una brisa agradable, una brisa que sopla hacia Los Confines, trayendo con ella mil fragancias silvestres y revoloteando el cabello de las lindas muchachas del caserío. Estas tierras, con sus noches de sueños reparadores, entre cerros y praderas, seducen al visitante, y lo invitan a compartir con su gente hospitalaria y bondadosa, este transitar por el "camino de la independencia", como llaman los campesinos de la zona a estas trochas y veredas. Arroyos, montañas, piedras, matorrales y escarpadas laderas; este es el caserío de Andrés y sus abuelos, del mastro Florencio y Mariam, la tierra de Urania, Javier y sus humildes “taguaras”, terruño que adoptaron como suyo Yesenia y Narciso. Un espacio geográfico que también comparte con ellos el Alcalde y Yuleida, que aunque no son de esta jurisdicción se han encariñado tanto con sus habitantes que ya se sienten como parte de esta humilde y luchadora gente. Aquí, en medio de empinadas terrazas y ligeras praderas, está el caserío de Los Confines, imponente, al amparo de un cielo siempre azul y resguardado por la paz soñadora del tiempo, caserío de añoranzas acunadas en la hermosura de la tierra alta, una pequeña región siempre dispuesta, con sus brazos abiertos, para recibir, junto a su gente hospitalaria y bondadosa, a todos sus visitantes y colmarlos de atenciones y bendiciones.
Andrés estaba postergando la visita al Alcalde, algo muy dentro de él le decía que las cosas no sucedieron realmente como su amigo Alfredo se las había contado; ¿acaso la negra Yesenia y sus cartas tenían razón?, pensó Andrés... Aquella era una visita, que aunque no quería hacer, por el momento, no podía seguir demorando más…
El nombre del Alcalde de Los Confines era David Rivero, aunque todos en la comunidad lo llamaban simplemente, El Alcalde. David no era de Los Confines, tampoco Yuleida, ellos habían nacido en el pueblo de Camatagua, en el estado Aragua, pero por razones políticas y componendas gubernamentales, para pagar favores recibidos, David fue nombrado Alcalde provisional de Los Confines; cargo político que ya llevaba más de ocho años ejerciendo, pero que a los habitantes de este paraje no les importaba para nada.
David era un hombre alto, fornido y de piel oscura. Casado con Yuleida y padre de dos hijos, una hembra y un varón. Los Rivero era una familia humilde y dadivosa, Yuleida era una mujer muy católica y devota de la virgen de la Inmaculada Concepción, los niños, como todos a su edad, inquietos y traviesos, pero en líneas generales, la familia Rivero era aceptada por los habitantes de la comunidad con un cariño y afecto, que el buen Alcalde había logrado alcanzar a través de una honrada gestión de gobierno.
Todo esto lo conocía Andrés, por eso no daba crédito a la historia de Alfredo, pero muy pronto Andrés disiparía cualquier duda porque ya estaba decidido. Esa misma tarde visitaría al Alcalde y este tendría que defenderse de tan comprometedora acusación que le había hecho Alfredo. Lástima que este se había marchado, tan inesperadamente de Los Confines. Era la oportunidad que buscaba Andrés para encarar a Alfredo con el Alcalde y ver si ante la presencia de este seguía manteniendo la misma historia.
El ambiente era pesado esa tarde, el cielo estaba encapotado y amenazaba lluvia tempranera. Andrés caminaba con pasos apresurados, la casa del Alcalde se encontraba algo retirada de donde él estaba y si quería llegar antes del aguacero, tenía que apurar aún más sus pasos, los aguaceros en la montaña son precipitaciones cuyas características principales son su gran intensidad y la rapidez con la que aparecen y finalizan, así como sus fuertes vientos.
Afortunadamente Andrés llegó a tiempo. Justo en el momento que Yuleida, la esposa del Alcalde, recogía los muebles del corredor, miró cuando Andrés llegaba, cuando ya se desataba un tremendo aguacero, como muy pocas veces se había visto en Los Confines. — ¡Épale, muchacho! Gritó Yuleida. —No te mojes, ven entra en la casa, ¿para dónde vas por ahí? Andrés se apuró y en un brinco felino estuvo en la puerta de la casa. —Buenas tardes Yuleida, gracias a Dios que me dio tiempo de llegar antes que empezara la lluvia. —Parece que va a caer un buen “chubasco”, ¿no crees tú?, fueron las palabras de Andrés cuando Yuleida abrió la puerta invitándolo a pasar. —Así parece muchacho, le respondió Yuleida, —pero dime, ¿qué andas haciendo por aquí con este tiempo tan feo? Andrés saludó a Yuleida con mucho afecto y contestó: —Gracias Yuleida, tal parece que he llegado justo a tiempo, yo venía para acá precisamente, necesito hablar con tu esposo, ¿será que él se encuentra en casa y me puede atender?, pregunto Andrés. —Sí, siéntate, ahorita te lo llamo, en estos momentos está recostado leyendo un libro, pero espera un momento, ponte cómodo, estás en tu casa…
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO VIII
TRES SALEN, DOS REGRESAN
Florencio era lo que podríamos llamar un baquiano, en eso de desenterrar entierros no existía nada que se le escapara, conocedor de todos los secretos para contrarrestar los designios de los espíritus de la tierra, y capaz de llegar hasta donde muy pocos se atreverían al ir en búsqueda de un tesoro. Su experiencia y sabiduría, lo convertían en el compañero ideal para una aventura de esa envergadura. Florencio era un hombre faculto en utilizar algunos rituales para hacer más efectiva la faena, porque muchas veces, buscar entierros exigía modos más adecuados para desenterrarlos y evitar, al mismo tiempo, que los espíritus de la tierra los cambiaran de lugar o los transformaran en alguna otra cosa sin valor.
El mastro Florencio, en una vieja maleta guardaba, quizás previendo este momento, todo un equipo de instrumentos imprescindibles para la ejecución de esta tarea, él afirmaba que los símbolos cristianos tenían mucha fuerza sobre cualquier ser diabólico; y el entierro de los tatarabuelos de Andrés debía estar custodiado por el mismísimo diablo mayor. En el caserío se comentaba, entre los campesinos, que un demonio estaría custodiando este tesoro, ya que aquellas riquezas estaban malditas por ser un depósito de ladrones y asesinos, una riqueza producto de muchos crímenes y delitos; y por haber costado tanta sangre, eran muchos los que afirmaban que estas morocotas pertenecían al diablo y que el que intentara rescatar estas riquezas se vería envuelto en una jornada de terror insoportable para cualquier ser humano. Florencio guardaba dentro de su pequeña maleta, una aguja, que utilizaba para localizar, mediante una supuesta relación química o magnética de atracción de metales, el sitio preciso donde se encontraba el entierro, un frasco con agua bendita, para encerrar espacial y mágicamente el entierro y así evitar que este se moviera de lugar, una cruz de palma bendita, que de acuerdo a los conocedores, garantiza, la inmovilidad del entierro y hace que las ánimas no puedan acercarse a molestar, además, en un espacio aparte de la maleta, Florencio guardaba una arrugada bolsita con velas de la candelaria. El viejo sabio afirmaba que estas velas son las únicas que inspiran respeto en los espíritus de la tierra por haber sido bendecidas en misa, e incluso su luz es capaz de adormecerlos y calmarlos.
Siempre se acostumbra a ir tres personas, cuando de desenterrar un entierro se trata. Florencio solo estaba a la espera de Andrés y juntos se pondrían de acuerdo en quien los acompañaría en esa misión. El tercer aventurero tenía que ser una persona de mucha confianza y que supiera guardar un secreto. Solo había en Los Confines un hombre con esas características, reservado, obediente y leal; amigo de Andrés desde la infancia y una persona que dentro de su corazón no guardaba ni codicia ni envidia. Andrés y Florencio pronto se pusieron de acuerdo.
Marlon tenía un conuco, un pequeño conuco como cualquier otro, un retazo de tierra en una pradera cercana a su rancho, con algunas matas de cambur, algo de maíz y un poco de frijol por allí regado. Marlon se encontraba afanado en la preparación del terreno para aprovechar las lluvias tardías que anunciaban los potentes truenos del oscuro cielo de la montaña. La lluvia tardía es la que permite la floración, el crecimiento y la maduración, es la lluvia que prepara el fruto para la cosecha. A la distancia, Marlon miró al mastro Florencio, quien con sus cansados pasos subía con dificultad la empinada pradera.
Florencio llegó, se sentó un rato a tomar aire, y cuando ya estaba más repuesto, le comunicó la idea a Marlon que tenían para desenterrar el tesoro de los tatarabuelos de Andrés y que para ese trabajo estaban contando con él para que los ayudara.
El conuco es la expresión más exacta del aprovechamiento del espacio en aras de producir alimentos sanos y frescos en una pequeña extensión de terreno, es una tarea ardua y sostenida para obtener de la tierra los insumos necesarios para alimentar a una familia, se necesitan recursos económicos y dedicación casi exclusiva a ese pequeño espacio; pero, para el campesino de estas empinadas laderas, el conuco no deja de ser sino, simplemente, una actividad de subsistencia. Marlon, quien a pesar de ser un hombre joven y de contextura atlética, no estaba muy a gusto con esta labor, por eso la propuesta del mastro Florencio le agradó bastante, porque sería una forma más rápida para hacerse de una buena cantidad de dinero que tanto necesitaba en ese momento.
Marlon habló esa noche con Erika, su esposa. A esta, la aventura le parecía una locura, temía que algo malo pudiera sucederle a su marido. Erika, había nacido y se había criado en Los Confines y conocía todas las historias narradas desde siempre por los viejos campesinos del caserío en cuanto a la búsqueda de entierros, y eso la tenía petrificada de terror; pero la historia que más la asustaba era un viejo dicho que afirmaba que cuando se busca un entierro, tres salen y regresan dos...
CAPÍTULO IX
MAURICIO, EL ENCANTO
¡Qué madrugada tan fea!.. Erika no pudo conciliar el sueño durante toda la noche. Marlon, tampoco había podido dormir casi nada, el silencio reinante no era interrumpido esa madrugada por el acostumbrado e inquieto chirrido de los grillos y el canto triste y monótono del aguaitacamino, el silencio era escalofriante, parecía que se hubieran puesto de acuerdo todas las criaturas de la noche, como si presintieran lo que estaba por suceder... En aquel momento solo se escuchaba el tenso y angustiado respirar de Erika, que junto a su marido, esperaban por Andrés y por Florencio. Juntos habían escogido la madrugada del día miércoles para iniciar la búsqueda del entierro. Según Florencio, los espíritus de la tierra ese día están de mejor ánimo y hacen algunas concesiones a quienes emprenden aventuras como estas.
Florencio y Andrés llegaron a la hora acordada, tres de la madrugada, saludaron con cariño a Marlon y a Erika, quien aún no estaba totalmente convencida de aquella peligrosa y alocada aventura.
El camino hacia el antiguo cementerio de Quiripital era muy conocido por Florencio, pero desde que salieron del rancho de Marlon, las cosas parecían diferentes y los lugares que antes frecuentaba le parecían desconocidos ahora, como si estuviera pisando ese terreno por primera vez.
Según el viejo trozo de papel que Andrés conservaba, los cuerpos de sus tatarabuelos reposaban en una vieja cripta con caracteres barrocos propios de la época de la colonia. Solo faltaba ubicarla con precisión, esta no sería una tarea fácil, pensó Andrés, pero ya estaban allí y tenían que seguir la búsqueda.
Cada uno tenía motivos diferentes que los impulsaban a acometer esta riesgosa aventura: Florencio, un hombre de avanzada edad, estaba consciente que él ya había vivido lo suficiente y no le extrañaba que la muerte lo visitara en cualquier momento, pero no quería partir de este mundo dejando sola y desamparada a Mariam, el deseo de Florencio era encontrar aquel entierro y garantizar el futuro de su hija. Marlon, un muchacho atrevido y valeroso, no veía momento de dejar la labor de la tierra, aunque era una persona trabajadora, estaba claro que el conuco no le daría más allá que para subsistir y tanto él como Erika estaban en planes para aumentar la familia y necesitaban que su suerte cambiara para solidificar aún más su relación con la llegada de una descendencia prospera; y para todo esto, necesitaban una buena cantidad de dinero. Los motivos que impulsaban a Andrés, eran otros. Andrés quería dar cumplimiento a los deseos de sus padres, quienes decían que esta fortuna pertenecía a todo el pueblo y quería terminar la capilla que le habían prometido al cura del caserío y construir una escuela para los niños de la comunidad.
Andrés, Marlon y Florencio, todos muy buenos amigos, guiados por diferentes motivos, pero con un objetivo común, encontrar aquella cripta, que les indicaba el inicio de su afanosa búsqueda y que señalaba, a su vez, el comienzo de una inquietante aventura llena de intrigas y envidias de todos contra todos y de todos contra los espíritus de la tierra.
En un recodo del camino se tropiezan con un extraño campesino, vestido con un viejo liquiliqui, un morral terciado al cuerpo, sombrero de cogollo y unas viejas alpargatas calzaban sus pies. Él extraño caminante parecía no querer llamar la atención, lucía tranquilo y taciturno. La curiosidad de Marlon lo envalentonó a acercarse más a aquel hombre, que se mostró dócil y sin articular palabra alguna. En ese instante, Florencio detiene a Marlon para que no siga avanzando, cuando observa que el extraño lleva un puñal tallado en madera y amarrado con un bejuco a una vaina que tiene escondida en el pantalón. El caminante, sin alterarse y antes de seguir su camino les dijo que tenían que cuidar la montaña, que podría llegar un momento en que el agua dejaría de salir de los manantiales y que los animales se debían respetar y no matarlos por el gusto. Es entonces cuando Florencio se da cuenta realmente de quien era el personaje que acababan de ver, era Mauricio, el encanto, que se les había aparecido, vigilante del hábitat natural de la montaña.
Mauricio es el espíritu protector de la madre naturaleza y solo quería garantizar la protección del medio ambiente; y su aparición era un recordatorio de cuidar la naturaleza y sus diferentes ecosistemas. Mauricio es enemigo de aquellos quienes cazan por diversión y no por necesidad. Mauricio, según lo contado por Florencio, vuelve locos a quienes usan el hacha y el machete para cortar los árboles y a aquellos que queman los montes para hacer conucos los pierde en la montaña y pocos pueden regresar.
Florencio continuó su andar rezando un rosario por el descanso de aquellas almas condenadas a penar en aquel lugar y siguieron su camino tranquilamente…
Comenzaba a clarear el día, el majestuoso sol empezaba a asomarse tras las montañas lejanas. Florencio, Andrés y Marlon habían estado caminando por más de dos horas, sin embargo, no conseguían llegar a la entrada del antiguo camposanto colonial, la espesa vegetación hacía casi imposible avanzar. Pero la tenacidad de estos hombres podía más que la posibilidad de rendirse y cuando menos lo esperaban, ¡allí estaba!, la puerta del cementerio se presentaba ante ellos disimulada por la vegetación. El cementerio donde se encontraban los restos de los tatarabuelos de Andrés, junto a una enorme fortuna que esperaba ser desenterrada...
UN GIRO INESPERADO
Alfredo estaba de regreso en Los Confines, está vez su objetivo inmediato era otro. Alfredo tenía que ajustar cuentas con el Alcalde, y valiéndose de poderosas influencias que tenía con la gobernación estadal, y moviéndolas en su provecho, no escatimó tiempo para cobrarle a David el atrevimiento de haberle contado a Andrés toda la verdad sobre el accidente de sus padres. Ahora, gracias al Alcalde, Andrés sabía que el responsable de aquel trágico accidente era nada más y nada menos que su amigo y compañero de estudios en la universidad de oriente.
Alfredo llegó esa tarde a Los Confines bajo un ardiente sol veranero, acompañado por dos funcionarios de la policía del estado Miranda, quienes traían órdenes de captura contra el Alcalde del caserío por ejercicio ilícito de funciones y usurpación de cargo público. Para nadie era un secreto que David Rivero tenía su período como Alcalde más que vencido, pero eso no era importante para los habitantes de la comunidad, quienes apreciaban su gestión y no querían que esté dejara su cargo político.
En la capital del estado habían cambiado las preferencias políticas y el ahora gobernador pertenecía al partido opositor.
Alfredo personalmente acompañó a los agentes a la casa del Alcalde. Este fue arrestado de inmediato, sin oponer resistencia, fue conducido a la Jefatura del estado en la ciudad de Los Teques y puesto a la orden de los tribunales de justicia. Yuleida, llorosa, acompañada por algunas vecinas, fue al colegio por los niños y regresó al caserío, desde donde empezaría a diligenciar la liberación de su esposo.
Urania y Javier unieron sus negocios, en una sociedad más allá de lo meramente comercial, ambos habían estado enamorados toda la vida y solo era cuestión de tiempo para que decidieran unir, no solo sus negocios, sino también sus vidas.
Javier era un hombre tranquilo y risueño, que no se preocupaba por nada. Disfrutaba mucho compartir con los jornaleros de las haciendas cafetaleras, con quiénes solía pasar horas enteras hablando de peleas de gallos y partidas de bolas criollas. En su casa tenía una guitarra española, y de vez en cuando organizaba tertulias musicales donde él interpretaba viejas melodías, generalmente de despecho o desamor.
Lo primero que hizo Javier al unir los dos negocios fue instalar una"rockola", una enorme caja musical marca "Seeburg" a la que alimentó con discos de Julio Jaramillo, Leo Marini y Daniel Santos. La necesidad de algunos clientes de "matar un guayabo", despecho producido por amores no correspondidos, hacía que esté enorme aparato permaneciera encendido hasta bien entrada la madrugada. Además de las frías cervezas y diferentes licores, ahora los clientes del establecimiento podían disfrutar de una gran variedad de pasapalos, preparados especialmente por Urania y sus dos hijas, quienes junto con Javier atendían el ahora familiar negocio. Una de las hijas de Urania, la menor, escribió en la entrada del local, Taberna El Cundeamor: "Quien no bebe el lunes, no quiere a su mamá". El negocio prosperaba rápidamente. Era frecuente ver a hombres borrachos abrazados a la "rockola", tratando de ahogar las penas dejadas por un desamor, y con unas pocas monedas podían escuchar varias canciones, que les hacían olvidar el amor no correspondido, por lo menos esa noche, y después, dando tumbos, regresaban a sus casas, agarrándose firmemente de las paredes y cercas de los ranchos, por los empinados caminos del vecindario, hasta el siguiente día, dónde la historia comenzaría otra vez.
Narciso decidió regresar a Colombia, pero está vez Yesenia regresó con él, sus planes de establecerse en Barranquilla y de inaugurar una posada turística allí, estaban muy bien encaminados y ellos deseaban explotar la riqueza natural, cultural, gastronómica y humana presentes en la zona, con una posada, en donde se compartiera en un ambiente placentero y se brinde la oportunidad de conocer mejor esa región, su gente y sus costumbres.
Estos personajes, abandonaron el caserío que había marcado sus vidas en muchos momentos, y ellos significaron una verdadera amistad para Andrés, pero Los Confines, seguía siendo una comunidad de gente laboriosa y tenaz. No obstante, Yesenia y Narciso se marcharon muy preocupados, Yesenia no tuvo tiempo de decirle a Andrés, que a través de las cartas, había descubierto que el "sota de espadas" estaba de regreso en el pueblo, porque está baraja se le presentaba con mucha frecuencia en cada una de sus sesiones, y ella sabía que la presencia de Alfredo en el caserío, una vez más, significaba un gran peligro para Andrés, pero este no estaba para ser avisado…
CAPÍTULO XI
UNA ANGUSTIOSA ESPERA
Mientras, en el rancho de Erika, está esperaba impaciente la llegada de su marido. Habían pasado cinco días desde la partida de los tres amigos y hasta ahora nada sabía de sus destinos.
Erika era una gran mujer, en todo el sentido de la palabra, con una fuerte determinación a toda prueba, una mujer guerrera. Su vida no había sido fácil, siempre trabajando el campo, primero para ayudar a sus padres y ahora como compañera de vida de Marlon, con quién tenía cifradas esperanzas, junto al amor que se profesaban, de salir adelante y progresar económicamente en medio de la actividad campesina del caserío. Erika siempre se mantenía erguida ante las dificultades, resaltando en su cara una hermosa sonrisa que expresaba confianza y valor. Existía en ella mucha fortaleza, lo suficientemente poderosa como para iluminar los días más tristes y oscuros, pero esa noche, Erika estaba apagada, muy preocupada, el antiguo dicho del poblado: "tres salen, dos regresan", la tenía, realmente asustada.
Erika pensaba que Marlon era quien corría mayor riesgo de morir por su poca experiencia en estos asuntos de ir tras la cacería de un entierro. Florencio, pensaba Erika, podía valerse de sus facultades en lidiar en estas faenas para salir bien librado ante cualquier adversidad, además de conocer muy bien el terreno que estaba pisando. Andrés, por su parte, era un hombre de complexión atlética, sabía manejar muy bien las armas y no dudaba en usarlas ante cualquier amenaza. Además de todo esto, pensaba Erika, que el cariño especial de Florencio hacia Andrés, inclinaría la balanza ante este, si Florencio se viera en la necesidad de decidirse por uno o por el otro. En realidad Erika pensaba que Marlon tenía todas las de perder, y esos detalles la tenían petrificada de miedo. Pero Erika tenía su esperanza puesta en Dios, comenzó pidiéndole que los ayudará, con fe y confianza y esto hizo que su angustia fuera menor.
Mientras tanto, Mariam experimentaba una angustia similar, no saber nada de su padre y sus compañeros de aventura, la tenía muy inquieta. Esa noche, algo muy dentro de ella le presagiaba cosas malas para Florencio, ya este no era un hombre joven, las enfermedades y los años habían limitado sus acciones, desempeño y habilidad.
Mariam estaba asustada, ella no soportaría vivir sin él; después de la muerte de su madre, Florencio, se convirtió para ella, más que su padre en un amigo, en el motor de su vida, en su razón de ser, en el motivo de sus días.
Mariam esperaba que los tres regresarán sanos y salvos, no le importaba si conseguían el tesoro o no. Había hecho una bonita amistad con Erika y con Marlon, a quienes los consideraba como hermanos, y Andrés, era el amor de su vida, sentimiento que se veía reforzado ahora más que nunca, ante la situación incierta y de peligro que se presentaba ante sus vidas. Ahora era cuando Mariam se daba cuenta realmente cuánto lo amaba...
Los abuelos de Andrés llevaban varias noches sin poder dormir bien. Esa aventura de su nieto los tenía muy preocupados, aunque confiaban plenamente en él, no dejaban de sentir temor por factores externos, y menos ahora que la presencia de Alfredo, de nuevo en el caserío, era pública y notoria.
Una espera angustiosa, lo mismo para Erika, para Mariam, y para los abuelos de Andrés, pero el destino de cada uno de ellos pronto sería revelado...
CAPÍTULO XII¡EL ENTIERRO!
Ya llevaban cinco días buscando aquel entierro, los espíritus de la tierra los tenían confundidos haciéndoles volver una y otra vez sobre sus pasos, pero Florencio presentía que todo aquello solo eran bromas de las ánimas del lugar y que si los espíritus de la tierra realmente no querían que encontraran el tesoro ya estos lo hubieran demostrado con anterioridad. La penumbra llegó temprano, pero la oscuridad se vio subyugada por una hermosa luna y un cielo estrellado que hacían parecer aquella noche, en el antiguo cementerio colonial de Quiripital, como si aún fuera de día.
Nuestros tres amigos, continuaron buscando la cripta que les indicaría el sitio exacto donde se encontraban sepultados los tatarabuelos de Andrés, custodiando el enorme tesoro.
Una fuerte luz amarilla comenzó a salir del vientre de la tierra, elevándose a dos metros del suelo y descendiendo una y otra vez. — ¡Por fin!, dijo Florencio. —Los espíritus de la tierra han sido buenos con nosotros, de todas maneras, déjame tomar mis previsiones. Florencio no necesitó utilizar la aguja imantada. Estaba claramente señalado por la luz, el sitio exacto donde se encontraban las morocotas. No obstante, roció todo el lugar con agua bendita, encerrando ese espacio entre cuatro velas de la candelaria, una en cada punto cardinal, para mantener, de esta manera, alejados a los espíritus, aunque esto no parecía ser necesario.
Los espíritus de la tierra no se oponían a que nuestros amigos desenterraran el tesoro. Marlon y Andrés, comenzaron a cavar guiados por Florencio, cuando repentinamente escucharon el sonido sordo de un golpe. Sus caras mostraron una expresión de profunda alegría y los sueños de prosperidad de cada uno de ellos invadieron sus mentes. ¡Allí estaban!, seis enormes múcuras, recipientes de arcilla cocida, alineadas una a continuación de la otra, que les indicaban a Marlon y a Andrés que ellas eran las contenedoras del tesoro que tanto habían buscado.
Pero Florencio, Marlon y Andrés no eran los únicos que estaban allí esa noche. Escondidos tras un gran arbusto y camuflados por la oscuridad de la madrugada, se encontraban Alfredo y Rafael. Alfredo, conocía de la aventura que estaban emprendiendo nuestros amigos, y ayudado por la parte del mapa que él conservaba, no tuvo mucha dificultad en llegar al sitio donde se encontraba el entierro, solo estaba esperando que sacaran el tesoro para despojarlo de él. Marlon y Andrés estaban dentro de la cripta sacando las múcuras repletas de morocotas, cuando rompiendo el silencio de la noche un disparo de escopeta alcanzó mortalmente el pecho de Florencio que estaba en la puerta del panteón. Alfredo no dejaría a nadie con vida, para eso estaba en Los Confines, para hacerse con esta inmensa fortuna, sin importar a quien se llevara por delante.
Marlon y Andrés no podían creer lo que veían, Florencio yacía en la tierra y a su lado Alfredo los apuntaba con el arma conminándolos a entregarle el tesoro. Fue un momento dramático, cuando, repentinamente, apareciendo de la nada, un fantasmal caballo negro, de ojos centelleantes y mirada feroz, comenzó a dar vueltas alrededor de la cripta, relinchando y dando coces desesperado, con rabia y locura, Su boca abierta dejaba ver sus afilados colmillos, su piel llena de cicatrices, parecía estar cubierta de un manto oscuro y espeso. No había duda que los espíritus de la tierra estaban molestos y tomaron la forma de este fantasmal animal para castigar a quien había osado contrariar sus designios.
El caballo pasó por un lado de Marlon y Andrés, como si estos no estuvieran allí, se aproximó a Alfredo quien disparaba su escopeta desesperadamente, pero no lograba herirlo. Fue allí cuando el bravo animal, alzando sus patas con violencia, golpea a Alfredo, y de una certera patada lo derriba a tierra, donde procede a pisotearlo una y otra vez, hasta que no queda de Alfredo sino un amasijo purulento e irreconocible de tejido y sangre.
El animal se alejó del lugar en medio de una gran polvareda, mientras Marlon y Andrés, con ojos llorosos, presenciaron lo ocurrido en aquella tenebrosa noche.
Con plena claridad en sus pensamientos, entró Florencio al último peldaño de su vida. Había finalizado su tarea en este mundo. La fuerza vital pronto dejaría de fluir para él, el brillo de sus ojos se apagaba lentamente despidiéndose de sus seres amados, de su querida Mariam, ¡cómo le hubiera gustado tener a su hija allí para despedirse de ella!
Se despidió de Marlon, apretando su mano fuertemente, pero con la ternura del buen amigo. Con lágrimas en los ojos se despidió también de Andrés, a quien quería como a su propio hijo, rogándole que cuidara a Mariam, que no la abandonara nunca. Su corazón y sus pensamientos estaban con ella en ese momento, en la penumbra de la noche. Solo le faltaba despedirse de sí mismo. Fue recordando los momentos más significativos de su vida, para finalmente entregarse a la muerte, como un ser que no tuvo tiempo de hacer maldad, feliz porque pronto se reencontraría con su esposa en el más allá.
El vacilante candil de las velas de la candelaria iluminaba parcialmente el pequeño espacio donde Florencio yacía, mientras Marlon y Andrés, con un nudo en la garganta, guardaban un doloroso silencio, y ante la ahora total oscuridad, se desvanecía, también, para siempre, la vida del buen amigo y consejero.
Florencio abandonó este mundo igual a como vivió en él, tranquilo, sin molestar a nadie, pero dejando un gran dolor en el corazón de Andrés.
Rafael al ver caer a Florencio, huyó del lugar como un cobarde. Por lo que a Alfredo respecta, los espíritus de la tierra ya habían reclamado su cuota de muerte.
CAPÍTULO XIII
HASTA QUE LA MUERTE LOS SEPARE
El padre Lewis cumplía con fervor con sus tareas dentro de la parroquia, enseñando entre sus feligreses la palabra de Dios e impartiendo la fe Cristiana. Más que un simple cura, era el amigo de todos, un gran guía espiritual, sirviendo de consuelo en momentos de aflicción a cualquiera de sus ovejas. Pero el padre Lewis era diferente a otros padres, muy querido en la comunidad, había llegado a la parroquia La Democracia, hacía más de 20 años, proveniente de los Estados Unidos y aún no sabía hablar español muy bien; se encariñó profundamente con esta gente de la serranía, lo que hizo que se quedará para siempre en esta empinada localidad. Al padre Lewis no le gustaba usar sotana y como la capilla no estaba aun totalmente construida, y por ende, no había casa parroquial, vivía un tiempo con una familia y cuando así lo decidía se mudaba para la casa de otra familia devota.
El padre Lewis, además, era el director técnico del equipo de fútbol local, esta era su pasión, conformado por niños rescatados de malos lugares, con hábitos dañinos, niños de la calle.
Andrés cumplió la palabra empeñada a Florencio, siempre estuvo pendiente de Mariam y nunca la abandonó. También cumplió el deseo de sus padres: terminar la capilla del vecindario y construir una escuela para los niños del caserío. Andrés fue mucho más allá, hizo fabricar, en una cercana planicie de la montaña, un bonito dispensario, porque consideraba que así lo hubieran querido sus viejos.
Los abuelos de Andrés, a pesar de la insistencia de este, no quisieron abandonar el rancho donde vivían y mucho menos irse de Los Confines; sus últimos años de vida querían pasarlos aquí, junto a sus amigos verdaderos.
Marlon y Erika se dedicaron al negocio del café. Se habían convertido en grandes empresarios y producían y exportaban el mejor café de Venezuela, café cosechado y comercializado esencialmente por habitantes de Los Confines y caseríos vecinos.
David Rivero, el ex alcalde de Los Confines, ahora era el Ministro de Agricultura y Cría y le había tendido una mano amiga a Marlon ayudándolo a constituir su empresa y aprovechar un decreto gubernamental recién creado, llamado "Compre Venezolano", que procuraba reducir el número de importaciones, a través de normas e incentivos para la producción nacional de bienes y servicios, donde se favorecían a las empresas nacionales y a la obra de mano local.
Narciso y Yesenia montaron su posada turística en Barranquilla y les iba muy bien. Ahora, estaban de nuevo en Los Confines, pero está vez solo de visita, se encontraban allí aceptando la invitación de Mariam y de Andrés para que fueran los padrinos de su boda.
La capilla ya había sido terminada y adornada por las vecinas de la comunidad. Andrés y Mariam se habían casado por el civil, en horas de la mañana, en el pueblo de Ocumare. Ahora solo esperaban por el padre Lewis para comenzar con la ceremonia eclesiástica.
La capilla estaba a reventar, asistieron todos los habitantes del caserío, así como aquellos quienes en algún momento compartieron con Mariam y Andrés y que ahora vivían fuera de Los Confines por una u otra razón. Allí estaban también, Javier, Urania y sus hijas, Marlon y Erika, Narciso y Yesenia, David, su esposa Yuleida y sus pequeños hijos. Solo faltaba Rafael, que en un gesto de valentía, se había entregado a la justicia, confesando ser cómplice en muchas fechorías, ejecutadas bajo las ordenes de Alfredo.
Todo estaba muy bonito, ya dentro de la capilla, el padre Lewis bendijo a la concurrencia, agradeciéndoles su asistencia y procedió a la ceremonia de casamiento de Andrés y Mariam, quien estaba segura que su padre la bendecía desde el cielo.
El padre Lewis recordó a Mariam su deber de estar sujeta a su marido y a Andrés le recordó su deber de vivir con ella, sabiamente, honrando esa unión y cuidándola como un vaso frágil y como coheredera de la gracia de la vida, y que por ello debía ser tratada con respeto. —Así que, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo, leyó el padre Lewis está cita en la biblia y finalizó bendiciendo aquella unión, recordando que: —el amor es sufrido, es generoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no sé envanece, no hace nada indebido, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, sino que se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser. Después de declararlos marido y mujer, hasta que la muerte los separe, el padre Lewis les ordenó: —SEAN FELICES...
FIN
GLOSARIO
Acacia: Arbusto, en ocasiones espinoso, de madera bastante dura de flores olorosas y en racimos colgantes.
Aguacero: Lluvia impetuosa, repentina y de corta duración.
Aguaitacamino: Ave nocturna venezolana, especie de mochuelo.
Aguardiente: Bebida alcohólica que se obtiene de la destilación de la caña.
Alpargatas: Calzado de pabilo tejido con suelas de cuero o de goma.
Ánima: Alma de una persona que está penando.
Arepa: Pan de maíz de forma circular.
Arrendajo: Ave de plumaje pardo rosado con cola y alas negras, muy apreciado por su canto.
Bahareque: Material usado en la construcción de algunas viviendas.
Baquiano: Que es experto o buen conocedor de una materia determinada.
Barroco: Movimiento artístico que se desarrolló en Europa entre los siglos XVI-XVIII.
Bejuco: Variedad de planta de tallo largo, delgado y flexible utilizado para elaborar tejidos.
Botiquín: Establecimiento en donde se venden y se consumen bebidas alcohólicas.
Bucare: Árbol de flores anaranjadas, muy frondoso usado para dar sombra a las plantaciones de café.
Budare: Plato de barro o hierro empleado para cocer las arepas.
Cambur: Planta parecida al plátano pero con el fruto más pequeño.
Candil: Luz débil proveniente de una vela o lámpara.
Caña blanca: Bebida alcohólica producto de la fermentación de la caña.
Carraspera: Irritación en la garganta que pone ronca la voz y se elimina tosiendo.
Caserío: Conjunto de casas o ranchos en espacios rurales que no constituyen un pueblo.
Cerrero: Propio de los cerros o serranías.
Chubasco: Lluvia impetuosa y repentina con fuerte viento y de corta duración.
Clavellina: Planta semejante al clavel común pero de tallos, hojas y flores más pequeños.
Compinche: Compañero, amigo o cómplice.
Conuco: Espacio pequeño de tierra destinado al cultivo.
Cotara: Ave zancuda pequeña y escurridiza de patas rojas plumaje verde y pico amarillo.
Cundeamor: Planta trepadora con frutas de color amarillo y de corteza rugosa.
Encapotado: Parcial o totalmente cubierto de nubes tormentosas.
Entierro: Tesoro oculto de oro, plata o joyas de la época colonial.
Faena: Actividad o tarea que requiere cierta destreza.
Fogón: Especie de cocina campesina, alimentada por leña.
Gonzalito: Hermosa ave negra y amarilla de melodioso trinar.
Guayabo: Desamor y malestar que deja un amor no correspondido.
Liquiliqui: Traje típico del llanero venezolano.
Mastro: Maestro.
Morocota: Moneda antigua que equivalía a una onza de oro.
Morral: Bolsa de tela usada por el campesino para llevar comida, ropa y otras cosas.
Múcura: Vasija de barro cocido.
Palo gallinero: Arbusto, preferiblemente un taparo, utilizado como dormitorio para las gallinas, por su ramazón casi horizontal, con ramas no muy gruesas y cubiertas de hojas.
Pana: Amigo.
Páramo: Terreno elevado con temperaturas bajas.
Parapara: Semilla de forma esférica, negra brillante que se usa como amuleto.
Polvareda: Polvo levantado del suelo.
Posada: Establecimiento con habitaciones para hospedar huéspedes.
Quiriquire: Población precolombina de algunas regiones del centro de Venezuela.
Rancho: Humildes viviendas campesinas.
Recodo: Ángulo o curva cerrada del camino.
Recua: Conjunto de animales de carga que se llevan juntos para transportar mercancías.
Rockola: Aparato musical que se instala en algunos establecimientos y funciona con monedas.
Rosario: Oración que rezan los católicos.
Sotana: Prenda de vestir usada por los sacerdotes.
Taberna: Establecimiento donde se venden y consumen bebidas alcohólicas.
Taburete: Asiento individual sin brazos ni respaldo tradicionalmente fabricados de madera.
Taguara: Establecimiento comercial, modesto generalmente a orillas del camino.
Tapara: Fruto del taparo.
Taparo: Árbol cuyos frutos son las taparas se emplean para hacer vasijas.
Tarantín: Establecimiento comercial muy pobre y humilde.
Tatarabuelos: Padres de los bisabuelos de una persona.
Terruño: Tierra o población natal.
Tortolita: Ave de plumaje pardo o rojizo muy inquieta.
Trocha: Camino estrecho que sirve de atajo.
Turpial: Ave nacional de Venezuela de hermoso plumaje y trinar melodioso.
Veranero: Relacionado con la estación más seca y calurosa del año.
Muy buena y cautivante historia. Guardo hermosos recuerdos de ese bonito caserío y su gente. Bendiciones...
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