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2 de febrero de 2017

Confesiones a un roble moribundo


Confesiones a un roble moribundo - Ana Battikha      


«Intenso relato que da título a esta publicación de Ana Battikha, Médico Integral Comunitario del Hospital General de los Valles del Tuy. En estas confesiones asistimos, a un contrapunteo de encuentros y desencuentros donde la voz poética se desplaza por escenarios que evocan al teatro de sombras. La autora, desde una voz encubierta en la primera persona o en un narrador, relata memorias de amores desvencijados, amores derrotados por la intemperie o la simple rutina.

En otros relatos presenciamos la indagación obstinada que se lee en el dolor y la desolación de un roble, símbolo de la fortaleza, del ser estoico que soporta de pie los vendavales de la existencia y de las manos que taladran su corteza para tatuar nombres sin historia.
La introspección del yo poético se extiende multiforme a lo largo de cada relato y traba un dialogo con el recuerdo. En la voz enigmática de los narradores que percibe una suerte de arritmia, una angustia que emerge del acto de amar, incluso, en la piedad que desborda a los personajes que habitan escenarios despoblados.
Ana Battikha, con profunda sensibilidad, nos descubre una voz femenina que escarba en el yo, en la hondura y belleza del erotismo que impregna la obra, para establecer vínculos con resonancias espirituales y mundos que se dilatan en la riqueza de la imagen poética. Las voces creadas por Ana Battikha expresan la fuerza, el compromiso, la vulnerabilidad femenina y los silencios que marcan para siempre la memoria. La potencia de cada relato manifiesta la dimensión abrumadora del extravío amoroso.

El recorrido de las voces que relatan memorias o exploran otras aristas de su existencia, no se proponen demostrar nada, solo expresan su soledad en medio de la contingencia y del azar, eventos impredecibles que responden a sus propias leyes, como la vida y el amor que surgen de chispazos indescifrables para desaparecer en algún meandro del tiempo, en alguna corteza de un roble moribundo».


Mujer


     «Con sabiduría de anciana e inocencia de niña también. Mujer que trabajas, gritas, lloras y callas, consuelas y extrañas. Alivias y levantas, mujer de pestañas traviesas donde la vida se espesa, mujer de mirada callada donde la historia oculta se acaba, furtiva de vergüenzas y orgullosa de esperanzas, mujer que no acabas en versos del mañana, eres tan grande como el universo y a veces piensas que eres menos que eso, solo la palabra mujer me produce frío en la piel, porque te imagino, te admiro, te añoro y te describo como algo tan simple y divino, difícil de ser, tan dulce y salado a la vez. Tus ojos, tu rostro, tu alma, mujer que siempre has sido tan bella y humillada como el amanecer, eres el todo y te conformas con nada, eres la luz de las madrugadas, estrella fugaz que vienes y vas, felizmente sola y acompañada. Eres tan practica y tan complicada, tan nueva y tan gastada, eres el todo que necesito, eres mi meta hasta el infinito. Que me importa el mundo, que me importa la gloria, que me importa el ganar si la mujer no pudiera estar. Eres el eje fundamental de todo en mi mundo, te valoro y pronuncio a gritos como si mi vida dependiera de eso, ¡mujer! Eres mujer bendita que triunfa, trabaja, lucha, administra, valora y encaja. Mujer que puede hacer el trabajo de los hombres con manos fuertes y duras que acaricias con ellas, con suavidad y ternura. Eres extraterrestre y humana, amada y despreciada, valiosa y mal pagada, eres mujer mi todo y mi nada. El sol con el que despierto y la luna con la que me duermo. Mujer bendita mujer, invento exquisito. El sol es tu sobra mujer y mis sueños te nombran».


La vida como la de una prostituta


     «Viviendo la vida sin pensar, como la bailarina de un bar, sexy para matar, preparada para protagonizar las pasiones ocultas de los turistas que vienen y van, harta de alcohol para olvidar, oyendo canciones de amor para soñar que su historia tendrá algún final diferente y soñado como la de un soldado cuando se prepara para matar. Oliendo a tequilas gastados, gastando tacones usados, con humos de cigarros que parecen tinieblas en aquel mundo de cambios y tratos mal hechos, de cuerpos por papel, de vender amor al mejor postor, de estar con hombres y ron, esa era la fortuna de aquella estrella y hermosura (la primera atracción que tenía el bar) con ojos de tigresa y mirada de tristeza, cuerpo de escultura en yeso como tributo a la belleza. Mujer sin entereza, elegancia de duquesa empañada con pastillas y aliento a nicotina trabajando de bailarina con viejas rutinas que alguna vez planeó, en un bar que queda en la luna donde pierde su vida y la de un espectador que no quiere arrancar ropas sino amor.
     Sueños de él sufriendo por ella, y sueños de ella sufriendo por alguien, la que siempre está acompañada y nunca ha sentido nada, es una veterana en la cama siendo novata en el amor, la que no le importa el honor, la que jamás ha llorado de dolor, la que ríe a carcajadas de cualquier accidente que le destroce la mente a su interlocutor, viviendo despierta las noches, muriendo dormida en los días, viviendo al revés. No sabe rezar, no sabe orar, no sabe ni supo jamás que el vino es su sangre y su cuerpo es el pan, no sabe que hay alguien que la ama y la puede salvar, las iglesias cerradas, los cultos vacíos, en la noche los santos dormidos, los muertos en otro lugar, Dios viendo el otro lado del mundo en el que es de día, mientras ella marca rutinas de canciones movidas, mañana no amanecerá, mañana será de noche para descansar, el sol no sale para ella, con la luna siempre se cansa de hablar, cuando se acuerda de aquella receta con la que iba a cocinar, está en medio de la cama con un alemán cuando se pregunta qué es el amor se encuentra en la cama con un español, cuando se pasa el efecto del polvo traidor y se da cuenta de que vive de engaños la está acariciando un australiano. Cuando quiso ver el día, cuando supo que existe y que su vida la lleva al revés, cuando se acaba el cigarro pensando otra vez, un grito la distrae diciendo que llegó el portugués, o el sueco, o el americano o cualquier otro material de trabajo.
     Cuando algo le hace pensar que siempre su vida ha estado mal, la orienta la mentira vestida de verdad, el polvo en la nariz, las pastillas, el ron, anís, tequila o la jeringa prestada de la cantinera que la enseñó a cogerse las venas para meterse fuerza. Es la vida distinta de aquella mujer seguida de espías sin amanecer, con los labios rojos y el cabello en la cintura, vive confundida la noble criatura que aún es, después de tanto tiempo que pasó desde que nació en una butaca del bar, no sabe de qué vientre salió solo sabe que ahí se crió y todo lo hace porque antes lo vio. Vivía contando mil veces la misma historia, su historia, esa que a nadie le importa. Un día no lo hizo más, porque ni a ella le importa ya, ni la quiere volver a escuchar, ni la quiere volver a contar porque se dio cuenta de que no era tan buena, se dio cuenta de que no llamaba la atención, carecía de emociones aquella historia banal, a la que no le conocía final. Siendo quien fue se preguntaba a diario quién era. En ese momento le provocaba vomitar todo el licor que tenía en su cuerpo y se abandonaba de nuevo a aquel triste y único pensamiento que la podría sacar de ese cuento sin fin, ese día sin sol, ese sexo sin amor, ese polvo de ilusión, ese baile de obsesión, la necesidad de licor, de esa madre que no conoció, de ese atardecer que nunca observó, esa noche que no durmió se fue el único pensamiento que podría salvarla de esa lagrima que nunca salió».

Confesiones a un roble moribundo


     «Angélica mujer de sueños, moldeable a los deseos de un poeta en apuros, de un poeta despierto, eres construida por la mente de un poeta desesperado.
Angélica nunca se encontró cómoda en la época ni la ciudad en que nació, jamás se sintió parte de aquello a lo que pertenecía, no es mujer de risas traviesas, pero tampoco de rabietas. Ella pasaba su vida como quien anda dando vueltas por un parque sabiendo que no llegará a ningún lado, que no verá más que la misma grama. Tenía sueños confusos, que se repetían, en los que viajaba a lugares que nunca había visto. Compartía de forma familiar con gente desconocida, cuya energía a veces sentía en sus actuales reuniones sociales. Una vez leyó un libro, porque la obligaron en la clase de literatura, sobre reencarnaciones, vidas pasadas y viajes astrales, Angélica nunca había sentido atracción por esos temas, se había criado en una familia cristiana, conservadora, después de la muerte, un cielo o un infierno y se acabó.
     Empezó a sentir interés luego de acabar aquel libro y, como un río, sus ideas se unieron a un cauce, pensó que tal vez esto podría estar en relación con sus sueños y su sensación continua de estar ajena a todo lo que la rodeaba, un día intentó hacer un viaje astral siguiendo las instrucciones de un libro que tenía más polvo que páginas, lo encontró por casualidad en una librería de esas donde van a parar las bibliotecas de otras personas, todos libros usados, no todos vividos, no todos amados, todos llenos de polvo y, en una esquina como cantando la zona, vio al que le mostraría cómo pisar los suelos que hace tanto tiempo pisó que ni siquiera recordaba. Un domingo salieron sus padres a la iglesia y ella,  como cuando estaba en la escuela, fingió un resfriado para quedarse sola en casa, en su habitación tendió una sabana en el piso y se acostó sobre ella, con los ojos cerrados, la respiración bien administrada, las palmas hacia arriba; siguió el resto de las instrucciones de aquel viejo libro que veía a la muchacha como recordando un pasado, mientras descansaba sobre la mesa de noche. Angélica logró su objetivo y conoció sitios en los cuales se sentía más conocida, más ella. Adoptó cuerpos diferentes que poco le importaban, era hombre, mujer, niña, anciana, en algunas ocasiones tenía conocimientos perpetuos y en otros no sabía atarse las trenzas del zapato. Angélica llegó a saber de sí misma más que cualquier persona a la que había conocido, la tímida chica tomó un tinte de seguridad y decisión que nunca había visto en sí misma, en unas semanas se transformó de niña a mujer, de mujer a musa, de musa a diosa y podía alternar rangos y sexos según le pareciera.
     Entendió el presente porque había visto su pasado, esto la ayudaba a adelantarse un tanto al futuro, llegó a saber tantas cosas que empezaron a pesarle, Se convertía, con los ocasos, en una chica más sola e incomprendida, no tenía a nadie con quien conversar del tema, en el fondo sentía que todo estaba mal, que había cruzado limites y había pasado la raya amarilla del metro cuando este estaba a punto de llegar. La muchacha solo pensaba en estrellarse era el desenlace y decidió hacerlo por última vez , viajar, no a sitios desconocidos o conocidos, sino soñados. Angélica decidió crear un destino al cual viajar con su mente y sentirse segura, sentirse tranquila y cerró los ojos. Al abrirlos no estaba en su habitación, estaba acostada sobre la hierba más fresca que había visto jamás, el olor a rocío todavía invadía todo aquello y al echar un vistazo, notó que estaba en un bosque como el de Alicia, pero este era de Angélica. 
     Mientras se adentraba en aquel bosque la belleza desaparecía lentamente, pocos metros atrás había flores hermosas por doquier, ahora no veía tantas, las que encontraba estaban marchitas, ese era el bosque que estaba en la mente de Angélica, un bosque bello de forma superficial y con terribles cosas en su interior. Intentó regresar porque ya no era placentero explorar aquel lugar, pero no supo cómo, al dar un paso hacia adelante se borraba el anterior, volver se hacía imposible. Vio pinos frondosos en los cuales pensó tallar su nombre, para que alguien lo viera ( por si lograba salir nunca de allí ), pero cuando se acerco a uno y lo tocó, este se transformó, con el rose de sus manos, en una pila de hojas blancas que voló un viento feroz. Ella sintió miedo en ese instante y corrió, pero el suelo se borraba al ritmo de sus pisadas. Pronto dejo de ver el lugar donde se encontraba el pino anterior, a los pocos minutos de carrera se encontró con un sauce que también le inspiraba miedo, sin embargo, se acercó con cautela como si fuera a cazar un ciervo, y pensó en escribir ahí su nombre, porque vio que este era mas fuerte que el árbol anterior, además era grande y bello.
     Tomó una piedrecilla del suelo con una punta poco afilada e intentó hacer parte de la " A " , pero del sauce no quedaron mas que prótesis de piernas, bates de béisbol y lapices  tirados por todas partes, ella volvió a asustarse y corrió tan rápido como una gacela perseguida. Así llegó hasta la parte más oscura del bosque, apenas alcanzaba a verse los pies y aunque la oscuridad la acechaba ya no sentía tanto miedo porque el cansancio se había apoderado de ella, que siguió adelante con la resignación de los gladiadores antes de salir de las celdas del Coliseo a enfrentarse con los leones, pero Angélica no sabía a que se iba a enfrentar, poco tiempo después encontró una luz que se filtraba entre la hiedra del bosque y la siguió hasta llegar a un gigante roble. Pensó que la luz venía de la luna, de las estrellas o de la copa de aquel árbol, y la agradeció sin saber bien de donde provenía, la claridad se reflejaba en un pequeño lago que estaba cerca del roble, había una complicidad tal en aquellos dos que no sabía quien dependía de quien. Tenia tantas ganas de beber y tanto miedo de tocar el agua que acerco sus labios para aspirar solo un poco, mientras bebía se fijo en las flores de loto que flotaban por casi toda la superficie, quiso tocar alguna pero no lo hizo y, cuando terminó, se acercó al roble que, a diferencia de los arboles anteriores, no estaba bello ni frondoso, sino todo lo contrario. 
     Aquel viejo era como un escombro de la naturaleza donde no le provocó tallar su nombre, no por la condición del árbol sufrido, sino porque no deseaba lastimarlo más de lo que estaba, en su tallo había cicatrices y heridas nuevas que a su manera sangraban. Angélica sintió tanto dolor porque en su mente hubiese un árbol en esas condiciones moribundas, como si fuese un mendigo, que rompió a llorar. Lloró porque siempre se sintió ajena, porque sintió curiosidad del libro, porque encontró al primer moribundo en la librería, porque viajó conoció y entendió. Angélica lloraba porque estaba en un lugar del que no sabía como salir, aunque tampoco quería hacerlo. Ella nunca se había sentido tan afín a un lugar como en ese bosque en el que había lagos sin ranas, en el que no podía tocar los arboles sin que se transformaran en aquello que son después que la cruel mano del hombre los tatuara.
     Lloró de forma desconsolada por las heridas de aquel roble y lo abrazó, apenas sus brazos cubrían la cuarta parte del  gigantesco tallo, pero lo abrazó como si fuera a protegerlo. Lo amó, y en el inmenso tallo comenzó a escribir una historia, la de Angélica y la de todas las vidas anteriores  que apenas empezaba a conocer, pero que fueron de ella, comenzó a escribir la historia del hombre, la niña, la mujer, la anciana y de todo lo que había sido alguna vez Angélica con su amor. No le hizo falta palabra y se confesó con aquel muerto dándole vida, ese roble era aquel secreto que ella tenía en su mente, era aquel miedo a llorar, miedo a sentirse distinta. El árbol muriendo tenía todas las formas de cohibirse de una muchacha en aquel pensamiento. De pronto se llenó de tanta vida, de tanta luz, de tanta historia, y ella se sintió feliz de aceptarse y aceptar su alma en todas sus aventuras; entonces se echo a dormir en aquellas raíces, como quien se acuesta al regazo de un padre. Angélica, no se dónde despertó o si lo hizo alguna vez, solo encontré todo lo que aquí he escrito tallado en un roble casi moribundo y pude recordar lo que leí de aquel tallo en mi sueño, porque hallé un montón de hojas blancas hechas de pino, que me trajeron los vientos del miedo y tomé notas con un lápiz hecho de sauce que me trajo un ciervo asustado, gracias a ese reposo que a veces tomamos para soñar despierto, hoy plasmo aquí las confesiones a un roble moribundo».   

"Sentada en el balcón del edificio más alto que encontré, pensando en esa tristeza que vino y nunca se fue… llorando por todo aquello que nunca sentí, me acabé el cigarrillo que nunca encendí. Quizás algún día me digan amor, quizás algún día me pidan perdón por aquella cosa que nunca pasó, esperando que floreciera la marchita flor, esperando en un beso al amor…"

"A quien me lea le daré el secreto para entenderlo todo, nada lean con los ojos sino con el corazón, sentir, solo sentir es lo único necesario para navegar aquí dentro de ustedes, dentro de todo y que Dios nos acompañe…" (Ana Battikha)

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