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25 de junio de 2017

Crónicas Oscuras de un Hospital Venezolano (II)


«Un hospital es un imán que, necesariamente, tiene que atraer situaciones especiales. Y no puede ser de otra manera, pues en él confluyen muchas formas de energía del juego de la vida.

Por otra parte, cuando se acepta el reto de ser trabajador de la salud, es necesario amar lo que se hace y uno se inmiscuye con mayor o menor sensibilidad y emocionalidad, en casi todo lo que sucede al rededor.

El Hospital, es el espacio. La salud, el asunto. La vida, la razón.

Lo oscuro se ha convertido en predominante, “normal” y aceptado. Lo que ayer asombraba ahora es tan común como no encontrar algodón ni inyectadoras en ningún hospital publico. Tan “racional” como evitar y eludir a algunos pacientes porque huelen mal, o están en fase terminal, “son locos” o padecen un mal contagioso, porque estos pacientes significan un alto riesgo para la salud de quien o quienes se acerquen a ellos.

Crónicas Oscuras de un Hospital Venezolano, de los Doctores Arnaldo Sánchez y Pedro “PTT” Lizardo, es una pequeña muestra de estas situaciones. Es imposible narrarlas todas, porque en cada nueva guardia puede sumarse una más…»


¡Y qué… Jimmy! 


Hace cierto tiempo apareció en mi Hospital un niño con convulsiones (“combustiones”, como dice César). Cada “combustión” quema células cerebrales, cada espasmo involuntario de la Epilepsia es otra huella en aquel maltratado cerebro.

El “chamo” en cuestión se fue quedando en el Hospital sin vivir en él, sin estar hospitalizado. Cada vez que convulsionaba volvía a la Emergencia de Pediatría, pasaba algunos días allí, bajo control, sin preocupaciones, y regresaba. Se lo llevaba alguien, no se si su mamá; pero era entregado a algún adulto “responsable”.

El “chamo” venía y se iba; volvía a “combustionar”, era dado de alta y reaparecía por el Hospital. Ya se sabía que era de una localidad llamada Santa Barbara y que no estaba abandonado, al menos en lo visible.

Empecé a notar que lo veía en todas las guardias; se fue metiendo en la vida del Hospital y nos acostumbramos a su presencia en este sitio, como si nada; ahí simplemente, creciendo y viéndonos como parte de su escenario. Se convirtió en una presencia lenta (con esa lentitud melosa que marca al epiléptico con déficit mental) y conoció los más grises recovecos de las noches y los días del Hospital. Nos acompañaba en el comedor, donde siempre conseguía algo, y desaparecía.

Se iba, venía, crecía… y no avanzaba.

La última convulsión no fue pediátrica, ya había pasado los doce años y su manejo fue de mi área: la Medicina Interna; porque en Venezuela hay un vacío enorme en la asistencia medico-psicológica del adolescente. Entonces me di cuenta que el muchacho lento y solitario ya no cabía en una cuna y que ahora estaba allí: entre ancianos, malandros, diabéticos, cardiópatas, suicidas, atracados y atracadores, presos y libres enrejados. En fin, entre nosotros… los que morimos lentamente en los dolores de los adultos.

Por supuesto, la “combustión” no lo quemó completo. Y esa tarde, al pasar la revista, me miró y, en ese sopor que debe producir el regreso desde los extraños parajes visitados hasta el mundo de tres dimensiones, me soltó:

—¡Y qué… Jimmy!


Esa loca está muerta


Cada día hay más locos deambulando por nuestros pueblos, ciudades, avenidas y callejones. Cada día son más sórdidas y pobres las Instituciones Públicas (y privadas también) que se encargan de albergar a estos venezolanos. Verdaderos macro depósitos de seres humanos… cárceles para la libertad de la esquizofrenia.

Cerca de mi Hospital hay un sitio de estos.

Una noche, mientras revisábamos el área de Emergencia para ir a descansar, encontramos sobre una camilla a una mujer joven, con el aspecto clásico del habitante de un campo de concentración (los de antes y los de ahora).

Ella era, a todas luces, huésped de uno de esos antros institucionalizados… y agonizaba. Tenía el color pálido violáceo de la muerte. Respirando con suspiros aislados, trataba de retener la vida que se la escapaba.

Al parecer, la habían encontrado los vigilantes del manicomio luego que un compañero de los caminos torcidos de la locura, la metió en un pipote de agua sucia.

Lo verdaderamente triste es que a su lado, viendo como moría, estaban dos médicos (“¿se les puede llamar así?”) jóvenes, en actitud contemplativa y sin asistirla.

Inmediatamente les pregunté:

—¿Qué pasa?… ¿Por qué no actúan?

La respuesta vino de inmediato:

—Tranquilo PTT, es una loca y está casi muerta.

—¡¡Qué bolas!!, dije. Y los empujamos a ambos: hombre y mujer, verdugo y “verduga”. En ese momento hicimos lo que era necesario para atenderla.

Por esas extrañas razones que hacen duros a los débiles, fuertes a los tristes y alegres a los desamparados, la mujer no solo vivió sino que, al cabo de las dos o tres semanas que estuvo en el Hospital, egresó menos flaca, caminando sin titubeos, menos loca y hasta bonita.

De alguna manera ella se hizo mejor persona; mientras que aquellos médicos deben estar en cualquier clínica del país, haciendo billetes y desastres; pero como el agente 007… con licencia para matar.

Quizás sea por estas cosas, por lo que hay momentos en los cuales deseo estar más loco e inventarme un mundo sin tanto dolor. Entonces me acuerdo de los doctores-jueces-verdugos- y me provoca meterlos en algún pipote de mierda.


Perdóname… por favor


En la tarde algunos conocidos habían traído a José y lo dejaron en Sala de Emergencia.

El aliento etílico tenía mareado al grupo de Internos de Pre-grado que lo atendían y cuando llegué a ver el caso, arremetí con todas las explicaciones fisiológicas y fisiopatológicas del efecto del alcohol.

—Ya verán como eliminamos la toxicidad del radical etílico, les dije a los Bachilleres y ordené a la enfermera las indicaciones pertinentes.

Varias horas más tarde cuando fui a ver el resultado del tratamiento, antes de llamar a los Internos y seguir con la enseñanza, encontré a José sentado en la camilla y mirando al suelo.

—¿Cómo te sientes José?, pregunté.

¿Y cómo me voy a sentir, Doctor?… ¡Me quitaron mi pea!, dijo mirándome a la cara. Y continuó después de algunos segundos, —mire Doctor, yo trabajo duro de lunes a viernes, apretando y viéndose las manos. —Mi mamá está enferma en cama y yo soy el único que la mantiene. Mi mujer se fue porque al niño lo mató un malandro y ella me echó la culpa. Le caí a “coñazos” a otro malandro y me llevaron preso. Cuando salí me habían robado todo en el rancho.

Se quedó callado y yo comencé a pensar en lo fácil que resulta en ocasiones, diagnosticar y tratar un caso cuando se le ve solamente como una enfermedad. En realidad, habría que tratar la Sociedad, las Instituciones y la conciencia de todos.

—A veces, prosiguió, cuando voy por la calle, veo una mujer y me arrecha; veo un policía y me arrecha más; veo un niño y me arrecha y si me pasa un perro por el lado… le suelto una patada. Y bajando un poco la voz y la mirada, me dijo: —A veces me dan ganas de matar… ¡Sí, de matar!…

¿Qué podía decirle yo?

Lo único que se me ocurrió fue ofrecerle un billete y tratar de disculparme:

—Coño viejo perdóname… Anda vete… y trata de agarrar tu pea otra vez.


A la memoria del buen amigo


(Al recuerdo de Rafael Ovidio)

Así como hoy, cuando la historia se arruga; así, con este simple dolor que pertenece a tanta gente, debo escribir unas lineas sobre mi carne quemada, para hablar de ellos… para sentirte en la ausencia.

Debo empezar con la historia que respira en los hospitales. Debo pensar en nosotros, en este espacio chiquito, con la tremenda responsabilidad que siempre se nos ha entregado: el privilegio ciego de tener que decidir.

Digo que nos obligaba la tarea por cumplir, sin decirnos nada; como pasar la telaraña del dolor; malabaristas del sufrir ajeno o inventores de la solución que resuelve poco.

Quiero explicar lo que no sé o lo que se me olvida. Quiero llorar y no es suficiente. Quiero volar y no tengo aire.

Quiero abrazarte, de “pana”, en este ahora cuando recuerdo como moría tu horizonte y quedabas en la tierra, entre paredes de tabla y cemento. Y cerca de ti, eran sangre tus hijos y tu mujer.

¡Bueno… te arrancaste!… pero yo debo testimoniar:

…Que le diste un tono auténtico a la amistad.

…Que aprendiste que vivir entre dolores no es fácil.

…Que vas a hacerme falta cuando caiga el Magallanes.

…Que no te vas a poner triste cuando invente tragedias.

…Que ahora sé porque un sábado siempre pesó en tu angustia.

…Que ya empezaste a hacer notar tu ausencia.

…Que siempre estarás cerca de la Nueva Medicina.

Y que en esta madrugada de agosto…

¡Me voy a “quebrar” si sigo hablando de ti!


Canción de cuna


—¡DENME A MI HIJO!

—¡DENME A MI HIJO!, le gritaba a la noche María en la Sala de Partos.

María había llegado aquella tarde al Hospital. Quizás olvidó, a sus 35 años y ocho del parto anterior, la importancia de “romper fuentes”. Y cuando esto le sucedió dos días antes, siguió con su rutina de vida.

Sin embargo, hoy el malestar y la fiebre no la dejaron tranquila y, portando su inocente gravedad, se fue a consultar.

– R.P.M. (Ruptura Prematura de Membranas).

-Infección.

-C.I.D. (Coagulación Intravascular Diseminada) fue el diagnostico.

Y comenzó a sangrar, haciéndose obvio su estado crítico.

Todos sabían que el feto estaba muerto, menos María. Y se indicó la inducción del parto.

Cuando parió, su hijo era una masa verdosa y maloliente donde apenas se adivinaban los rasgos. Y todos tragaron su asco ante el dolor, las lagrimas y las palabras delirantes de María moribunda.

—¡DENME A MI HIJO!

—¡DENME A MI HIJO!, le gritaba a la noche María en la Sala de Partos.

Dos manos enguantadas le colocaron aquella cosa podrida entre sus brazos y ella, sangrando por los ojos, la nariz, la piel, comenzó a arrullar a su hijo en una vacilante canción:

—Arrurrú mi niño…

—Arrurrú mi amor…

Aquella noche asombrosa, más allá del silencio y de las lágrimas del personal que la atendía, María se fue a buscar a su hijo perdido entre los rincones de la casualidad y la mala suerte.

2 de febrero de 2017

Confesiones a un roble moribundo


Confesiones a un roble moribundo - Ana Battikha      


«Intenso relato que da título a esta publicación de Ana Battikha, Médico Integral Comunitario del Hospital General de los Valles del Tuy. En estas confesiones asistimos, a un contrapunteo de encuentros y desencuentros donde la voz poética se desplaza por escenarios que evocan al teatro de sombras. La autora, desde una voz encubierta en la primera persona o en un narrador, relata memorias de amores desvencijados, amores derrotados por la intemperie o la simple rutina.

En otros relatos presenciamos la indagación obstinada que se lee en el dolor y la desolación de un roble, símbolo de la fortaleza, del ser estoico que soporta de pie los vendavales de la existencia y de las manos que taladran su corteza para tatuar nombres sin historia.
La introspección del yo poético se extiende multiforme a lo largo de cada relato y traba un dialogo con el recuerdo. En la voz enigmática de los narradores que percibe una suerte de arritmia, una angustia que emerge del acto de amar, incluso, en la piedad que desborda a los personajes que habitan escenarios despoblados.
Ana Battikha, con profunda sensibilidad, nos descubre una voz femenina que escarba en el yo, en la hondura y belleza del erotismo que impregna la obra, para establecer vínculos con resonancias espirituales y mundos que se dilatan en la riqueza de la imagen poética. Las voces creadas por Ana Battikha expresan la fuerza, el compromiso, la vulnerabilidad femenina y los silencios que marcan para siempre la memoria. La potencia de cada relato manifiesta la dimensión abrumadora del extravío amoroso.

El recorrido de las voces que relatan memorias o exploran otras aristas de su existencia, no se proponen demostrar nada, solo expresan su soledad en medio de la contingencia y del azar, eventos impredecibles que responden a sus propias leyes, como la vida y el amor que surgen de chispazos indescifrables para desaparecer en algún meandro del tiempo, en alguna corteza de un roble moribundo».


Mujer


     «Con sabiduría de anciana e inocencia de niña también. Mujer que trabajas, gritas, lloras y callas, consuelas y extrañas. Alivias y levantas, mujer de pestañas traviesas donde la vida se espesa, mujer de mirada callada donde la historia oculta se acaba, furtiva de vergüenzas y orgullosa de esperanzas, mujer que no acabas en versos del mañana, eres tan grande como el universo y a veces piensas que eres menos que eso, solo la palabra mujer me produce frío en la piel, porque te imagino, te admiro, te añoro y te describo como algo tan simple y divino, difícil de ser, tan dulce y salado a la vez. Tus ojos, tu rostro, tu alma, mujer que siempre has sido tan bella y humillada como el amanecer, eres el todo y te conformas con nada, eres la luz de las madrugadas, estrella fugaz que vienes y vas, felizmente sola y acompañada. Eres tan practica y tan complicada, tan nueva y tan gastada, eres el todo que necesito, eres mi meta hasta el infinito. Que me importa el mundo, que me importa la gloria, que me importa el ganar si la mujer no pudiera estar. Eres el eje fundamental de todo en mi mundo, te valoro y pronuncio a gritos como si mi vida dependiera de eso, ¡mujer! Eres mujer bendita que triunfa, trabaja, lucha, administra, valora y encaja. Mujer que puede hacer el trabajo de los hombres con manos fuertes y duras que acaricias con ellas, con suavidad y ternura. Eres extraterrestre y humana, amada y despreciada, valiosa y mal pagada, eres mujer mi todo y mi nada. El sol con el que despierto y la luna con la que me duermo. Mujer bendita mujer, invento exquisito. El sol es tu sobra mujer y mis sueños te nombran».


La vida como la de una prostituta


     «Viviendo la vida sin pensar, como la bailarina de un bar, sexy para matar, preparada para protagonizar las pasiones ocultas de los turistas que vienen y van, harta de alcohol para olvidar, oyendo canciones de amor para soñar que su historia tendrá algún final diferente y soñado como la de un soldado cuando se prepara para matar. Oliendo a tequilas gastados, gastando tacones usados, con humos de cigarros que parecen tinieblas en aquel mundo de cambios y tratos mal hechos, de cuerpos por papel, de vender amor al mejor postor, de estar con hombres y ron, esa era la fortuna de aquella estrella y hermosura (la primera atracción que tenía el bar) con ojos de tigresa y mirada de tristeza, cuerpo de escultura en yeso como tributo a la belleza. Mujer sin entereza, elegancia de duquesa empañada con pastillas y aliento a nicotina trabajando de bailarina con viejas rutinas que alguna vez planeó, en un bar que queda en la luna donde pierde su vida y la de un espectador que no quiere arrancar ropas sino amor.
     Sueños de él sufriendo por ella, y sueños de ella sufriendo por alguien, la que siempre está acompañada y nunca ha sentido nada, es una veterana en la cama siendo novata en el amor, la que no le importa el honor, la que jamás ha llorado de dolor, la que ríe a carcajadas de cualquier accidente que le destroce la mente a su interlocutor, viviendo despierta las noches, muriendo dormida en los días, viviendo al revés. No sabe rezar, no sabe orar, no sabe ni supo jamás que el vino es su sangre y su cuerpo es el pan, no sabe que hay alguien que la ama y la puede salvar, las iglesias cerradas, los cultos vacíos, en la noche los santos dormidos, los muertos en otro lugar, Dios viendo el otro lado del mundo en el que es de día, mientras ella marca rutinas de canciones movidas, mañana no amanecerá, mañana será de noche para descansar, el sol no sale para ella, con la luna siempre se cansa de hablar, cuando se acuerda de aquella receta con la que iba a cocinar, está en medio de la cama con un alemán cuando se pregunta qué es el amor se encuentra en la cama con un español, cuando se pasa el efecto del polvo traidor y se da cuenta de que vive de engaños la está acariciando un australiano. Cuando quiso ver el día, cuando supo que existe y que su vida la lleva al revés, cuando se acaba el cigarro pensando otra vez, un grito la distrae diciendo que llegó el portugués, o el sueco, o el americano o cualquier otro material de trabajo.
     Cuando algo le hace pensar que siempre su vida ha estado mal, la orienta la mentira vestida de verdad, el polvo en la nariz, las pastillas, el ron, anís, tequila o la jeringa prestada de la cantinera que la enseñó a cogerse las venas para meterse fuerza. Es la vida distinta de aquella mujer seguida de espías sin amanecer, con los labios rojos y el cabello en la cintura, vive confundida la noble criatura que aún es, después de tanto tiempo que pasó desde que nació en una butaca del bar, no sabe de qué vientre salió solo sabe que ahí se crió y todo lo hace porque antes lo vio. Vivía contando mil veces la misma historia, su historia, esa que a nadie le importa. Un día no lo hizo más, porque ni a ella le importa ya, ni la quiere volver a escuchar, ni la quiere volver a contar porque se dio cuenta de que no era tan buena, se dio cuenta de que no llamaba la atención, carecía de emociones aquella historia banal, a la que no le conocía final. Siendo quien fue se preguntaba a diario quién era. En ese momento le provocaba vomitar todo el licor que tenía en su cuerpo y se abandonaba de nuevo a aquel triste y único pensamiento que la podría sacar de ese cuento sin fin, ese día sin sol, ese sexo sin amor, ese polvo de ilusión, ese baile de obsesión, la necesidad de licor, de esa madre que no conoció, de ese atardecer que nunca observó, esa noche que no durmió se fue el único pensamiento que podría salvarla de esa lagrima que nunca salió».

Confesiones a un roble moribundo


     «Angélica mujer de sueños, moldeable a los deseos de un poeta en apuros, de un poeta despierto, eres construida por la mente de un poeta desesperado.
Angélica nunca se encontró cómoda en la época ni la ciudad en que nació, jamás se sintió parte de aquello a lo que pertenecía, no es mujer de risas traviesas, pero tampoco de rabietas. Ella pasaba su vida como quien anda dando vueltas por un parque sabiendo que no llegará a ningún lado, que no verá más que la misma grama. Tenía sueños confusos, que se repetían, en los que viajaba a lugares que nunca había visto. Compartía de forma familiar con gente desconocida, cuya energía a veces sentía en sus actuales reuniones sociales. Una vez leyó un libro, porque la obligaron en la clase de literatura, sobre reencarnaciones, vidas pasadas y viajes astrales, Angélica nunca había sentido atracción por esos temas, se había criado en una familia cristiana, conservadora, después de la muerte, un cielo o un infierno y se acabó.
     Empezó a sentir interés luego de acabar aquel libro y, como un río, sus ideas se unieron a un cauce, pensó que tal vez esto podría estar en relación con sus sueños y su sensación continua de estar ajena a todo lo que la rodeaba, un día intentó hacer un viaje astral siguiendo las instrucciones de un libro que tenía más polvo que páginas, lo encontró por casualidad en una librería de esas donde van a parar las bibliotecas de otras personas, todos libros usados, no todos vividos, no todos amados, todos llenos de polvo y, en una esquina como cantando la zona, vio al que le mostraría cómo pisar los suelos que hace tanto tiempo pisó que ni siquiera recordaba. Un domingo salieron sus padres a la iglesia y ella,  como cuando estaba en la escuela, fingió un resfriado para quedarse sola en casa, en su habitación tendió una sabana en el piso y se acostó sobre ella, con los ojos cerrados, la respiración bien administrada, las palmas hacia arriba; siguió el resto de las instrucciones de aquel viejo libro que veía a la muchacha como recordando un pasado, mientras descansaba sobre la mesa de noche. Angélica logró su objetivo y conoció sitios en los cuales se sentía más conocida, más ella. Adoptó cuerpos diferentes que poco le importaban, era hombre, mujer, niña, anciana, en algunas ocasiones tenía conocimientos perpetuos y en otros no sabía atarse las trenzas del zapato. Angélica llegó a saber de sí misma más que cualquier persona a la que había conocido, la tímida chica tomó un tinte de seguridad y decisión que nunca había visto en sí misma, en unas semanas se transformó de niña a mujer, de mujer a musa, de musa a diosa y podía alternar rangos y sexos según le pareciera.
     Entendió el presente porque había visto su pasado, esto la ayudaba a adelantarse un tanto al futuro, llegó a saber tantas cosas que empezaron a pesarle, Se convertía, con los ocasos, en una chica más sola e incomprendida, no tenía a nadie con quien conversar del tema, en el fondo sentía que todo estaba mal, que había cruzado limites y había pasado la raya amarilla del metro cuando este estaba a punto de llegar. La muchacha solo pensaba en estrellarse era el desenlace y decidió hacerlo por última vez , viajar, no a sitios desconocidos o conocidos, sino soñados. Angélica decidió crear un destino al cual viajar con su mente y sentirse segura, sentirse tranquila y cerró los ojos. Al abrirlos no estaba en su habitación, estaba acostada sobre la hierba más fresca que había visto jamás, el olor a rocío todavía invadía todo aquello y al echar un vistazo, notó que estaba en un bosque como el de Alicia, pero este era de Angélica. 
     Mientras se adentraba en aquel bosque la belleza desaparecía lentamente, pocos metros atrás había flores hermosas por doquier, ahora no veía tantas, las que encontraba estaban marchitas, ese era el bosque que estaba en la mente de Angélica, un bosque bello de forma superficial y con terribles cosas en su interior. Intentó regresar porque ya no era placentero explorar aquel lugar, pero no supo cómo, al dar un paso hacia adelante se borraba el anterior, volver se hacía imposible. Vio pinos frondosos en los cuales pensó tallar su nombre, para que alguien lo viera ( por si lograba salir nunca de allí ), pero cuando se acerco a uno y lo tocó, este se transformó, con el rose de sus manos, en una pila de hojas blancas que voló un viento feroz. Ella sintió miedo en ese instante y corrió, pero el suelo se borraba al ritmo de sus pisadas. Pronto dejo de ver el lugar donde se encontraba el pino anterior, a los pocos minutos de carrera se encontró con un sauce que también le inspiraba miedo, sin embargo, se acercó con cautela como si fuera a cazar un ciervo, y pensó en escribir ahí su nombre, porque vio que este era mas fuerte que el árbol anterior, además era grande y bello.
     Tomó una piedrecilla del suelo con una punta poco afilada e intentó hacer parte de la " A " , pero del sauce no quedaron mas que prótesis de piernas, bates de béisbol y lapices  tirados por todas partes, ella volvió a asustarse y corrió tan rápido como una gacela perseguida. Así llegó hasta la parte más oscura del bosque, apenas alcanzaba a verse los pies y aunque la oscuridad la acechaba ya no sentía tanto miedo porque el cansancio se había apoderado de ella, que siguió adelante con la resignación de los gladiadores antes de salir de las celdas del Coliseo a enfrentarse con los leones, pero Angélica no sabía a que se iba a enfrentar, poco tiempo después encontró una luz que se filtraba entre la hiedra del bosque y la siguió hasta llegar a un gigante roble. Pensó que la luz venía de la luna, de las estrellas o de la copa de aquel árbol, y la agradeció sin saber bien de donde provenía, la claridad se reflejaba en un pequeño lago que estaba cerca del roble, había una complicidad tal en aquellos dos que no sabía quien dependía de quien. Tenia tantas ganas de beber y tanto miedo de tocar el agua que acerco sus labios para aspirar solo un poco, mientras bebía se fijo en las flores de loto que flotaban por casi toda la superficie, quiso tocar alguna pero no lo hizo y, cuando terminó, se acercó al roble que, a diferencia de los arboles anteriores, no estaba bello ni frondoso, sino todo lo contrario. 
     Aquel viejo era como un escombro de la naturaleza donde no le provocó tallar su nombre, no por la condición del árbol sufrido, sino porque no deseaba lastimarlo más de lo que estaba, en su tallo había cicatrices y heridas nuevas que a su manera sangraban. Angélica sintió tanto dolor porque en su mente hubiese un árbol en esas condiciones moribundas, como si fuese un mendigo, que rompió a llorar. Lloró porque siempre se sintió ajena, porque sintió curiosidad del libro, porque encontró al primer moribundo en la librería, porque viajó conoció y entendió. Angélica lloraba porque estaba en un lugar del que no sabía como salir, aunque tampoco quería hacerlo. Ella nunca se había sentido tan afín a un lugar como en ese bosque en el que había lagos sin ranas, en el que no podía tocar los arboles sin que se transformaran en aquello que son después que la cruel mano del hombre los tatuara.
     Lloró de forma desconsolada por las heridas de aquel roble y lo abrazó, apenas sus brazos cubrían la cuarta parte del  gigantesco tallo, pero lo abrazó como si fuera a protegerlo. Lo amó, y en el inmenso tallo comenzó a escribir una historia, la de Angélica y la de todas las vidas anteriores  que apenas empezaba a conocer, pero que fueron de ella, comenzó a escribir la historia del hombre, la niña, la mujer, la anciana y de todo lo que había sido alguna vez Angélica con su amor. No le hizo falta palabra y se confesó con aquel muerto dándole vida, ese roble era aquel secreto que ella tenía en su mente, era aquel miedo a llorar, miedo a sentirse distinta. El árbol muriendo tenía todas las formas de cohibirse de una muchacha en aquel pensamiento. De pronto se llenó de tanta vida, de tanta luz, de tanta historia, y ella se sintió feliz de aceptarse y aceptar su alma en todas sus aventuras; entonces se echo a dormir en aquellas raíces, como quien se acuesta al regazo de un padre. Angélica, no se dónde despertó o si lo hizo alguna vez, solo encontré todo lo que aquí he escrito tallado en un roble casi moribundo y pude recordar lo que leí de aquel tallo en mi sueño, porque hallé un montón de hojas blancas hechas de pino, que me trajeron los vientos del miedo y tomé notas con un lápiz hecho de sauce que me trajo un ciervo asustado, gracias a ese reposo que a veces tomamos para soñar despierto, hoy plasmo aquí las confesiones a un roble moribundo».   

"Sentada en el balcón del edificio más alto que encontré, pensando en esa tristeza que vino y nunca se fue… llorando por todo aquello que nunca sentí, me acabé el cigarrillo que nunca encendí. Quizás algún día me digan amor, quizás algún día me pidan perdón por aquella cosa que nunca pasó, esperando que floreciera la marchita flor, esperando en un beso al amor…"

"A quien me lea le daré el secreto para entenderlo todo, nada lean con los ojos sino con el corazón, sentir, solo sentir es lo único necesario para navegar aquí dentro de ustedes, dentro de todo y que Dios nos acompañe…" (Ana Battikha)

29 de enero de 2017

La travesía del indigente


La travesía del indigente - Maggida Lovera

«La poesía social de la travesía del indigente, de Maggida Lovera, Médico Integral Comunitario del Hospital General de los Valles del Tuy, es conmovedora por las circunstancias que describe. Cada frase recuerda al ser social perdido en la calle… Maggida traduce el silencio de los rostros que observa en cada sitio, en las aceras, en el hilo de la vida que se desgasta en cada evento, en la preocupación que recorre la ciudad. La travesía del indigente evoca la precariedad de los sueños, de las suplicas y de la necesidad de vivir. Esta travesía es una poesía al desamparo de la conciencia, a la soledad y la esclavitud actual…».


Fue el encuentro de la autora con una indigente que, con su mirada, la inquietó; más que inspirarla, y prácticamente le dictó cada verso del poema que le da título al libro y generó los otros 55.
Aparte de la indigencia material, la autora fija posición con su poesía sobre otro tipo de penurias como "la carencia de gestos, de palabras, de acciones; la indigencia espiritual".
«La propuesta medular de La Travesía del Indigente exhorta a escudriñar la luz que calienta y alumbra al alma, a ver en su flama los contornos de la vida que se dilata en la riqueza de los mundos subjetivos. Mundos que permanecen intactos en los meandros de cada ser que sueña».


La travesía del indigente


La carencia del pábulo conduce
al vicio callejero;
lavando con un néctar anubarrado al fenotipo.
Dentro del espacio donde la incultura ahuyenta
al sustento,
está el desamparo presente.
En el itinerario, miembros van y regresan
con la ayuda frívola que conlleva
a una muerte trivial.
¡Llega la voluntad! Colgando la mano radiante
hacia el olvido de una mente inhabitada…
El puño samaritano traerá el amparo tangible
redoblando el valor del menesteroso.


Subestimar


Mandas el valor al inframundo,
minimizas al todo por tu ignorancia.
Desdeñando, mandas la vida al olvido,
a la habilidad del menesteroso, del niño, del senil,
de la madre que cobija,
del labrador.
Quedas atrapado en la mata de la estética,
cosechando infelicidad
cobijado por la ausencia del amor,
por la ausencia de gracia y destreza.

Al subestimar al prójimo te subestimas
a ti mismo;
piensa antes de querer subestimar.


Soberbia


Recluta de virtudes,
cárcel de almas.
Poderoso vicio que mira con desdén al prójimo
confundiendo irrefutablemente
a la modestia con debilidad.
Soberbia,
predispuesta ¡ahí va! Con su carácter hirsuto,
subestimando con autoritarismo.
Soberbia
sobredosis de orgullo,
todos tenemos virtudes,
ábrete, deja salir a tu alma,
alma que está en inanición por tu ego.
Escucha el sonido afable, soberbia,
abre tus blindados sentidos.
Escucha
no amputes al humanismo;
no subestimes al prójimo.
Basta ya de soberbia.


Veo 


Veo en el “transito facies” que da una perspectiva
del sentimiento
rostros dibujados de arrugas llenas de historias.
En medio del entorno altanero,
entre acciones que revelan síntomas de retraso
observo a personas equivocadas
bajo el balanceo de la cobija corrupta,
personas tratando de alcanzar escalones
inapropiados mientras subestiman y difaman al
Iluminado.
Asimismo,
veo religiones matizadas de hecatombes
confundiendo al desesperado
ya intoxicado por la ambigüedad de los medios
de comunicación.
Por otro lado, veo pasos decisivos cambiando
caminos desaliñados de principios
por optimismo.
Pasos saliendo de la oscuridad movidos
por una fuerza soberana.
Veo como se levantan a través del polvo
jorobas de trabajos forzados
matando la ignorancia que escolta
al desafecto general.
Pasos que se manifiestan.
Caminan y ocupan su destino
pasos que dicen adiós al estigma de calamidad
luchando contra el balanceo de la cobija corrupta;
diciendo adiós a los que tratan de alcanzar
escalones inapropiados.


La vida de una flor


Se despierta con cautela,
desnuda de hostilidad;
abre sus miembros al sol,
dispuesta, valiente,
creando el suspiro de los amantes.

A través de su polinizante indumentaria
entre melodías portentosas
se infunden pétalos de fe,
cultivando versos.

La travesía del indigente - Maggida Alejandra Lovera H. Médico del Hospital General de los Valles del Tuy.“La poesía social de La travesía del indigente, de Maggida Lovera, exquisita poeta de cielos venezolanos, es conmovedora por las circunstancias que describe. Cada frase recuerda al ser social perdido en la calle, sobre todo en estas aciagas horas que vive Venezuela hoy día.

"Solo conoce el vino bueno quien probó el vino amargo"


Esta Travesía del indigente, es una denuncia que toca la calle y toca el alma. Es una poética al desamparo de la conciencia, a la soledad y la esclavitud actual que amenaza con apoderarse del mundo. Con todo, la poesía le hace frente y contrarresta el mal del siglo XXI con sus luces de neón que alumbran la vacuidad del hombre, acorralado por sí mismo en una geografía disímil".


La Travesía del indigente evoca la precariedad de los sueños, de las súplicas, de la necesidad de vivir y desear. El canto se ofrece como una forma de inmortalizar cada momento vivido, entrevisto en el paso rápido de la poeta que observa, quizá cuando sale del metro o cuando pasea, cuando se dirige a su trabajo o corre al encuentro del amor. Esta travesía es un vagabundeo permanente, un vagabundeo que reza en nombre de los desfallecidos, de los insultados, de aquellos sometidos por la fuerza.

La obra puede encontrase en el estand 57 ubicado al sur de la plaza, por el tramo que da a la Avenida San Juan Bosco.


26 de enero de 2017

En mi otro mundo


Un tenue color, como de niebla limpia,
rodea el pedazo de universo que es mi reino.
Colinas rectangulares se abren al paso de mi mirada
y rocas viajeras, bañadas de arco iris,
danzan en el río cristalino.
Un coro de voces, como de aves y niños…
como de brisa susurrando entre los árboles frondosos,
me invita a reconquistar la paz 
que solo encuentro… EN, este, MI OTRO MUNDO.


"Más acá de la magia y de una sexta dimensión, más cerca que los sueños y la fantasía obligada… ¡hay otros mundos para respirar! Y ahora, recostado en mi hoy y mi mañana rememoro cosas viejas, esas cosas que el viento se va llevando con mis años cabalgando sobre ellas. Son mil imágenes… ¡mil recuerdos! y cuando me veo en ellos… siento que a pesar de todo, me gusta ser médico". (Arnaldo Sánchez).

«Este trabajo de antología poética del Dr. Arnaldo Sánchez, médico traumatólogo, del Hospital General de los Valles del Tuy, refleja en versos y ritmos, la expresión de búsquedas y encuentros; desde lo más sencillo hasta lo más complejo. Encuentros de libertad: la fuerza vital y misteriosa que imprime en el hombre el deseo de agarrarse al mundo que lo rodea, una manifestación interior secretamente comprendida. 
El autor utiliza todos los recursos y las formulas necesarias para llevar hasta el lector las ideas de un pensamiento sutil que, sustituye la carga de ansiedad que todos tenemos cuando puertas y ventanas están cerradas a los gritos del alma».


Canción de cuna (A Sebastián)


I
Arrurrú mi niño,
arrurrú mi amor,
eres mi pedazo
de sabana y flor.

II
Arrurrú mi niño
que naciste ayer,
todos los vecinos
ya te quieren ver.

Despierta mi rey
ven a saludar,
y tome su teta
que es de miel y pan.

Yo quiero que seas
un cachorro más,
la gran madre tierra
será tu madrina
y un río con pavones
te va apadrinar.
Garzas y caimanes
Te contemplaran.

III
Arrurrú mi amor
leña de fogón,
el sol y la lluvia
serán tu oración.

Despierta monito
que ya amaneció,
el monte te espera
y el maíz creció.

Juega en la sabana
barro y arenales,
mécete en las ramas
de los chaparrales.

Habla con la risa
da tu corazón,
emprende caminos
oye su canción.

IV
Arrurrú mi niño
jagüey cristalino,
guacamayo al vuelo
luz de mi destino.

Vengase pal’ rancho
que el catire quema,
siéntese a la mesa
que hay frijol y ñema.

La tarde se acerca
y se calma el día,
venaito inquieto
becerrito mío.
Bebe los colores
de llano y estero,
periquito libre
mi osito palmero.

V
Arrurrú mi amor
cocuyo encendido,
busca los luceros
nada se ha perdido.

Cuéntele a su mama
lo que descubrió,
todos los tesoros
que afuera encontró.

No tema la noche
ni la oscuridad,
el búho es amigo
los sapos también.

Llórale a la luna
ella entenderá,
ríe con el viento
que él te guiará.

VI
Arrurrú mi niño
arrurrú mi amor,
eres mi pedazo
de sabana y flor.


Mujer

Mujer de pan… mujer de azúcar
habitante escondida y silenciosa,
del último secreto de mi miedo
con tu sombra dibujada en la penumbra
y una mueca en el hogar de la sonrisa.

Mujer del tiempo primitivo
Conductora de la ronda y el tomate,
delincuente precisa de la tarde
acusada de talar sueños cansados
y mostrar razones apagadas.

Mujer de vino… mujer de miel
abrumada de argumentos inconclusos,
con su pena confundida en el archivo
removiendo la magia de una historia
y tallándole un canto a la rutina.

Mujer de humo y licor dulce…
yo quiero relatarte mi noche.
yo quiero mezclarte en mis sueños
yo quiero encontrarte en la batalla
yo quiero atrapar tu locura
yo quiero danzar tu pensamiento
yo quiero vestir tu profecía
yo quiero reírme con tu risa
yo quiero vagar en tu mirada
yo quiero besar tus cicatrices.

Mujer de barro perfumado…
yo quiero encontrar algunas noches…
¡la mujer de carne y piel caliente! 


Cosas viejas

Mirando las luciérnagas dormidas
que visten la ciudad
mi angustia viaja
de la mano de un recuerdo añejo.

Lo evocado es
un cartel luminoso que me obliga
a buscar un descanso pueril
en la sombra de un gran árbol
pintado de frutos y frescor.

Y enloquecido con la idea de la meta
bordé de prisa mis pasos
y olvidé la mano de mi sombra.

Al andar…
pisoteo simples florecitas
en su danza de polen y colores.
Desprecio a las piedras del camino
e ignoro el dulce canto
que le brindan al amigo.

¿Y sabes?…
nunca encontré al árbol
nunca quise detenerme
a conversar con las flores
o conocer a las piedras.
¡Nunca pude tener tiempo!

Y ahora
recostado en mi hoy y mi mañana
rememoro cosas viejas.
Esas cosas que el tiempo se va llevando
con mis años cabalgando sobre ella.

En mi otro mundo - Arnaldo Sánchez Gómez.
Más acá de la magia
y de una sexta dimensión.
Más cerca que los sueños
y la fantasía obligada…
¡Hay otros mundos para respirar!




Mujer 
Autor, voz y guitarra: Pedro Galindo.
Guitarra y coro: Pedro "PTT" Lizardo (La Misma Gente)
Letra poética: Arnaldo Sánchez Gómez.

24 de enero de 2017

Crónicas Oscuras de un Hospital Venezolano

 

De los Doctores Arnaldo Sánchez y Pedro "PTT" Lizardo, médicos del Hospital General de los Valles del Tuy.


Arnaldo Sánchez y Pedro "PTT" Lizardo
«Cualquier persona que haya tenido necesidad de aproximarse a un hospital público del país habrá vivido, habrá sentido, habrá compartido las cosas que aquí, en estas doscientas ochenta páginas se dicen. Eso sí, los autores aclaran que "cualquier parecido con personas de la vida cotidiana… es absolutamente necesario; pues las acciones y los hechos llevan implícita su cuota de responsabilidad. La reacción de quien se sienta afectado… simplemente nos dará la razón".

Relatos de horror, amargura, ansiedad… y en medio de ellos y a través de las conjugaciones, está la verdad hecha puro sentimiento, la verdad llena de poesía y encanto humano. Las páginas de este texto parecen advertir que en medio de la desesperanza, de la falta de gasas y alcohol, y del estado de coma, también convive lo sublime».

"Un libro escrito con devoción, para abrirnos los ojos a una realidad social de urgente tratamiento clínico" (Pedro "PTT" Lizardo).

"Este libro pretende, por una parte, atrapar la magia y la locura encontradas en un sitio que llegamos a sentir como otro hogar. Por la otra, ser una voz que aleje el silencio cómplice de las instituciones. La vida nos ha colocado en un sitio que, más allá de la creencia general, está lleno de magia y de historias. Un sitio donde confluyen la vida, la muerte, el sufrimiento, las risas, las lagrimas, el dolor... ¿El sitio!: un hospital público, y lo menos que podemos hacer nosotros es no ser indiferentes". (Arnaldo Sánchez).


Aquella niña en rosa y blanco


(Tomado del libro: "Crónicas Oscuras de un Hospital Venezolano", escrito por los Doctores Arnaldo Sánchez y Pedro "PTT" Lizardo en el año 1994).


«Al Hospital vino Clara una noche; cinco años de vida acumulaban más tristeza y abandono que todas nuestras horas. Hija de no se sabe quién, fue la clásica niñita abandonada de mano en mano, mientras no caminaba; de caricia en caricia, mientras no habló; creció de la casa de una "madrina" a la casa de una "tía", de un hospicio al I.N.A.M, de un hueco al otro. Y en esa época la conocí. Vino callada y gris con una de esas enfermedades que nos hereda el hambre. Tenía una infección de la cadera, de esas que solo sufren los niños del Tercer Mundo (o del mundo olvidado). Lloraba bajito en la camilla esperando su tiempo de quirófano, la anestesia general, el drenaje de sus soledades… la cura de esa tristeza que ya estaba madura. Yo la veía desde el privilegio tenue que me otorga el no tener que decidir incisiones o tratamiento; pero en ella veía mis niños: mis hijos, sobrinos, parientes. No sé quiénes, pero en su posición, vestida de papel azul, me hacía pensar en todas las Clara del mundo. Ella no hablaba, al fin y al cabo nadie la había oído; me veía con los ojos grandotes debajo del gorro quirúrgico y no me creía. Esperaba solitaria en la única postura que aliviaba su dolor. Clara tuvo suerte esa noche; hubo manos para ella que no la agredieron y un sentimiento silencioso de rabia y comprensión que unió a aquellas personas en su circunstancia. Tuvo su oportunidad, nos dio la nuestra y después del área quirúrgica fue a dormir entre niños enfermos, solos o acompañados, pero en el Hospital; no en los rincones donde había visto perder la identidad no descubierta, la familia que no tuvo, el honor que nadie respetó. Ella mejoró; comenzó a ser niña después de cinco años. No reía duro, pero sonreía con esa duda de saber que algún día tendría que volver al infierno. Comenzamos a pensar qué iba a ser de ella. Y así, para los que no creen en la gente buena o en la buena gente, una enfermera (Elena), que formó una familia con estrecheces pero llena de luz, decidió seguir queriéndola de cerca, abrazándola, vistiéndola y hablándole como a una hija. Elena la adoptó; asumió la responsabilidad, dejó que la parte buena de nosotros decidiera y le abrió un espacio en su casa… allá donde el sol aprieta, en los Valles del Tuy. La otra tarde, dos años después, vi pasar entre tanta gente que deambula por la Emergencia, a una mujercita vestida de rosado y blanco con un sombrero ladeado lleno de florecitas que la hacía más bonita, y en su mano… la mano de Elena. Entonces la reconocí y no pude sino abrazarme a la esperanza». (Pedro Vicente Lizardo).


Esteban


(Tomado del libro: "Crónicas Oscuras de un Hospital Venezolano", escrito por los Doctores Arnaldo Sánchez y Pedro "PTT" Lizardo en el año 1994).

«En este Hospital se dice "Caso Social" para no decir, ser humano abandonado. He visto tantos "Casos Sociales" que he llegado inclusive, en algunas ocasiones, a no indignarme cuando así me los presentan. Esteban llegó a emergencia hace casi tres años. Los bomberos (merecedores de una crónica) lo encontraron en alguna calle: deshidratado, obnubilado, lleno de mierda y secreciones respiratorias... universo de bacterias. Hicimos lo de siempre: lo asistimos, lo diagnosticamos, lo bañamos, lo alimentamos y le dimos los pocos medicamentos que teníamos. En fin, nos atravesamos en el camino lento y solitario que estaba recorriendo y al cabo de tres semanas, con unas pijamas viejas, lo volvimos a parar en sus dos extremidades inferiores. Nadie vino a verlo. Nadie preguntó por él. Nadie le había hablado en quién sabe cuántos años. Estaba solo. Tan solo como yo cuando subo al cuarto piso... pero sin esperanzas. Y así, se fue quedando en el hospital. De la sala fue trasladado a uno de esos cuartos que llaman de faena; sencillamente, el área donde lavan los coletos y guardan las escobas. Trabajo Social trató de ubicarlo en una institución de las que no existen en un país que no se quiere a sí mismo, mucho menos a los ancianos y a los chamos abandonados. Todavía hoy, no se le ha encontrado ubicación. Esteban no molesta. Esteban está allí pero no existe para nadie. Esteban se acuesta de lado, en la cama vieja que le tocó y nos mira con los ojos aguados y el tiempo detenido. La otra mañana cuando subí a mi cuarto, lo encontré llorando, de pie y casi desnudo. Y al acercarme a él me preguntó: —¿Hasta cuándo?... —¿Hasta dónde?...Y yo, ¿qué le iba a responder? A esas 3 de la mañana decidí llorar bajo la regadera». (Pedro Vicente Lizardo).



Pezones compartidos


(Tomado del libro: "Crónicas Oscuras de un Hospital Venezolano", escrito por los Doctores Arnaldo Sánchez y Pedro "PTT" Lizardo en el año 1994).

«... Alguna noche la Policía trajo al Hospital un bebé que había sido encontrado en un matorral cercano al terminal de autobuses. La niña, con media cara quemada por el sol y todo su cuerpo adornado con picaduras de hormiga, fue recibida por una doctora que había parido recientemente.

Una vez "revivida" con el tratamiento de Emergencia, apareció el primer amigo del recién nacido: el hambre. Y como ya era de noche, no había sido programado ningún tetero para Selva María (bautizada así por las enfermeras) .
El llanto de la niña no pudo ser calmado ni con agüita de azúcar.
Ya era medianoche cuando llamaron a la Doctora. Ella, contemplando a la niña, quizá tuvo un eco de llanto en sus tetas cargadas, y en un arrebato de inspiración, cargó y se llevó a Selva María al cuarto de los Médicos Residentes.
Unos diez o quince minutos después la devolvió a su cuna, dormida y satisfecha.
A la mañana siguiente, antes de irse a su casa después de la guardia, comenzó a concretarse un juego diario de pezones compartidos y bocas ansiosas entre su hijo y Selva María.
Durante las semanas siguientes podía verse a alguna enfermera de Pediatría buscando a la Doctora de las tetas dispuestas. Así la niña mamó en Emergencia, mamó en la Consulta, mamó en Triaje y mamó en la sala.
De esta manera Selva María fue vacunada con leche contra la falta de amor.
Al fin, después de cuatro meses, apareció la abuela de la niña y se la llevó con ella». (
Arnaldo Sánchez).


¡Ni qué fuera la tuya!


(Tomado del libro: "Crónicas Oscuras de un Hospital Venezolano", escrito por los Doctores Arnaldo Sánchez y Pedro "PTT" Lizardo en el año 1994).

Isaías era otro de los tantos locos que habitan nuestras calles. Ingresó, no por su locura salvadora, sino por una infección respiratoria: una neumonía; una pulmonía, como decía mi abuela. Isaías mejoró, pero se fue quedando en el Hospital, los olvidados no tienen a donde ir. La locura de Isaías no se alimentaba solamente de esos personajes invisibles que habitan la esquizofrenia, sino también de sus propios excrementos. Isaías los acumulaba en una lata vacía y, después de la cena tempranera de los hospitalizados, se los servía en la misma bandeja de los alimentos. Una tarde vi como salían despavoridos los compañeros de habitación de Isaías y fui a ver que estaba sucediendo. Me encontré con el hombre sentado en su cama, con la boca y la barbilla llenas de mierda... así como se puede ver a un niño embarrado con helado de chocolate. —¡Coño Isaías!, ¿hasta cuando esa comedera de mierda? …le grité. Y él, levantando la cuchara llena, me dijo displicente: ­ —¡Guá… ni qué fuera la tuya! (Pedro Vicente Lizardo).

CRÓNICAS OSCURAS DE UN HOSPITAL VENEZOLANO (RELATOS) 1994
Crónicas Oscuras de un Hospital Venezolano, en su 1ra edición
Momento del bautizo del libro

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Esta breve narración poética de nuestro gran amigo "PTT" sobre su propia visión de la vida en un hospital, nos hará indiscutiblemente reflexionar...