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20 de mayo de 2025

Mauricio, el Encanto. (Por el Prof. José Núñez).



     En los Valles del Tuy, donde los ríos cuentan sus secretos al viento, existe una leyenda que ha tejido un hilo dorado en la memoria de los tuyeros. Es una historia que huele a tierra mojada, a café recién colado y a flores de clavellina. Es la leyenda de Mauricio, el Guardián de la Cueva del Peñón, una historia que se balancea entre la realidad y el misterio, como los cuentos narrados por el abuelo en las serenas noches de mi pueblo.

     Hace más de siglo y medio, cuando el tiempo aún caminaba despacio y las noches eran un oscuro terciopelo, nació Mauricio. Su llegada al mundo no fue como la de cualquier niño. Aquella noche, llovió con tanta fuerza que los ríos crecieron, las quebradas rugieron como bestias embravecidas y los árboles se inclinaron en reverencia, era como si la naturaleza, decidiera bautizar la tierra con un diluvio eterno. Los animales, en un coro silencioso, rodearon la humilde vivienda donde yacía su madre, una mujer de sangre quiriquire, mientras el viento susurraba melodías ancestrales. Era como si la naturaleza entera hubiera decidido dar la bienvenida a aquel niño, hijo de un realista perdido y confundido en sus ideales y de una mujer que llevaba en sus venas la savia de la tierra.

     Mauricio creció entre el murmullo de los montes y el arrullo de las aguas. Era un niño distinto, con ojos que parecían espejos. Mientras otros jugaban, él se perdía en los parajes vegetales de la montaña, donde los jaguares lo miraban sin atreverse a tocarlo y las mapanares y cascabeles se deslizaban a su lado como si fueran sus guardianes. Su madre, con el corazón apretado de preocupación, le rogaba que no se alejara tanto. Pero Mauricio solo sonreía y le contaba cómo la señora del Pozo del Guásimo lo guiaba por galerías secretas que conectaban las montañas. —“Soy el puente entre el hombre y la naturaleza”, le decía, pero sus palabras eran como semillas que caían en tierra árida, pues nadie las comprendía.

     Un día, el destino lo llevó al pueblo de Ocumare. Bajó con un encargo de la señora del Pozo del Guásimo, pero su presencia despertó sospechas. Los policías, con miradas recelosas y manos ásperas, lo detuvieron. “¿Quién eres?”, le preguntaron, pero Mauricio no llevaba identificación. Lo amarraron como a un criminal y lo llevaron ante el jefe de la policía, un hombre de bigote grueso y risa burlona. “Podría ser un guerrillero”, murmuraron entre dientes. Mauricio, con la serenidad de quien conoce los secretos del viento, les advirtió: “Si no me sueltan, habrá un diluvio”.

     El jefe de policía soltó una carcajada que resonó como un trueno falso. "¡Un diluvio en pleno verano y en Ocumare!”, dijo entre risas. Pero esa misma noche, mientras el pueblo dormía bajo un cielo estrellado, las nubes se agolparon de repente, como un ejército silencioso. A la medianoche, comenzó a llover. No era una lluvia cualquiera, sino un torrente que parecía salido de las entrañas mismas de la tierra. Los ríos Súcuta y Marare se desbordaron, y el mismo Tuy se desbordó también. Las calles se convirtieron en corrientes de agua y lodo, y la jefatura de policía se anegó completamente. La gente, asustada, corrió a refugiarse en las colinas. Solo entonces comprendieron que aquel joven no era un hombre común.

     El cura del pueblo, con su sotana empapada, fue a pedir la liberación de Mauricio. Al llegar, encontraron al jefe de policía, pálido y tembloroso, quien ya lo había soltado. En cuanto Mauricio pisó la calle, la lluvia cesó. El cielo azul se abrió como un telón, y un sol radiante iluminó Ocumare. Mauricio no dijo una palabra. Simplemente se internó de nuevo en los montes, donde las sombras lo recibieron como a un viejo amigo.

     Desde entonces, se convirtió en el Guardián de la Cueva del Peñón, un protector de la naturaleza que castiga a quienes la dañan. Los tuyeros cuentan que aún lo ven, con su sombrero de alas anchas, su liquiliqui impecable y sus alpargatas gastadas. Se pasea por el terminal de Ocumare, comprando tabaco y aguardiente, pero nadie se atreve a aceptar nada de él. Dicen que, si lo haces, podrías ser el próximo en tomar su lugar, convirtiéndote en el nuevo guardián de aquella montaña majestuosa que vigila los Valles del Tuy.
La leyenda de Mauricio sigue viva, como un susurro que viaja de generación en generación, recordándoles a los tuyeros que la naturaleza tiene un alma, y que hay quienes la protegen desde las sombras, donde el tiempo no llega y la magia nunca muere.

1 comentario:

  1. José Núñez9/6/25 10:58 p. m.

    Muy buena historia para los jóvenes que no conocen la leyenda ni la cueva de Mauricio, para que la conozcan y logren sentirla como suya, ya que forma parte del folclor Ocumareño.

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